Con este Domingo Primero de
Adviento comenzamos un nuevo Ciclo Litúrgico. El Adviento nos recuerda
que estamos a la espera del Salvador. Y las Lecturas de hoy nos invitan a ver
la venida del Señor de varias maneras:
Una es la venida del Señor a
nuestro corazón. Otra es la celebración de la primera venida del
Señor, cuando nació hace unos dos mil años. Y otra es la que se refiere a
la Parusía; es decir, a la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos.
Respecto de la venida del Señor a
nuestro corazón, la Primera Lectura del Profeta Isaías (Is.2, 1-5) nos
recuerda que debemos prepararnos “para que Él nos instruya en sus caminos
y podamos marchar por sus sendas”.
Lo usual es que recordemos cuando
Jesús nació hace unos dos mil años: la primera venida del Señor. Es
lo que, por supuesto, celebramos en Navidad. Y para esa venida también
hay que preparase. ¿Cómo? Preparando el corazón para que Jesús pueda
acunarse en nuestro interior.
Respecto de la Segunda Venida de
Cristo en gloria, la Carta de San Pablo a los Romanos (Rom. 13, 11-14); nos
hace ver una realidad: a medida que avanza la historia, cada vez nos
encontramos más cerca de la Parusía: “ahora nuestra salvación está más
cerca que cuando empezamos a creer”. Por eso nos invita San Pablo a “despertar
del sueño”.
Y ¿en qué consiste ese sueño?
Consiste en que vivimos fuera de la realidad, tal como nos lo indica el mismo
Jesucristo en el Evangelio de hoy (Mt. 24, 37-44). Consiste en que
vivimos a espaldas de esa marcha inexorable de la humanidad hacia la Venida de
Cristo en gloria. Consiste en que vivimos como en los tiempos de
Noé, cuando -como nos dice el Señor- “la gente comía, bebía y se casaba,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y cuando menos lo esperaban sobrevino
el diluvio y se llevó a todos”.
Y atención a esta alerta del
Señor: “Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”.
Así vivimos nosotros en el siglo
XXI: sin darnos cuenta de que -como dice este Evangelio- “a la hora
que menos pensemos, vendrá el Hijo del hombre” (Mt. 24, 44).
Estar preparados nos lo pide el
Señor siempre y muy especialmente en este Evangelio: “Velen, pues, y estén
preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”.
¿En qué consiste esa preparación?
Las Lecturas de este Primer Domingo del Año Litúrgico nos lo indican:
“Caminemos en la luz del
Señor”, nos dice el Profeta Isaías.
“Desechemos las obras de las
tinieblas y revistámonos con las armas de la luz ... Nada de borracheras,
lujurias, desenfrenos; nada de pleitos y envidias. Revístanse más bien de
nuestro Señor Jesucristo”, nos dice San Pablo en su Carta a los
Romanos (Rm. 13, 11-14)
¿Por qué estas indicaciones de
conversión en este momento? Porque el Adviento es un tiempo de
preparación de nuestro corazón para recibir al Señor. Estas
indicaciones nos sugieren dejar el pecado y revestirnos de virtudes “para
que Él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”.
Nuestra colaboración es
sencilla: simplemente responder a la gracia para ser revestidos con las armas
de la luz, como son: la fe, la esperanza, la caridad, la
humildad, la templanza, el gozo, la paz, la paciencia, la comprensión de los
demás, la bondad y la fidelidad; la mansedumbre, la sencillez, la pobreza
espiritual, la niñez espiritual, etc.
El Adviento es tiempo de
preparación para ese momento. Que nuestra vida sea un continuo Adviento
en espera del Señor. Así podremos ir “con alegría al encuentro del
Señor”, como nos dice el Salmo 121.
Feliz Domingo
Feliz Domingo
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