La tan entrañable fiesta del 6 de
enero, los Reyes Magos, en la liturgia de la iglesia y en la historia de
nuestra fe se llama la fiesta de la Epifanía, de la “manifestación” del Señor,
porque esa primera experiencia con los Magos de Oriente es la primera expresión
de la llegada del Salvador, del Mesías, del Señor, a nuestra tierra. Venida
para todos los pueblos, para todos los tiempos, trayendo la plenitud y la
salvación a la humanidad, llegada del Dios de toda plenitud a nuestro mundo
para abrirnos las puertas de la salvación, como los Magos reconocen al llegar
para adorarle.
Curiosa paradoja la de que un
niño acostado en un pesebre, rodeado de animales, en la indigencia, por no
tener sitio en lugar decente, reconocido por vagabundos pastores, imagen de
debilidad y de ternura, sea reconocido por los pueblos de la tierra a quienes
representan los Magos, como el que trae la plenitud a la condición humana, su
salvación. Pobre pequeño débil y tierno niño, que es imagen y modelo de cómo el
ser humano está llamado a ser, por ser imagen y semejanza de Dios, pues Dios
mismo es el que yace acostado y dormido en ese pobre pesebre.
¿Y si ahí estuviera la verdadera
condición humana? en lo pequeño, en lo débil, en lo tierno. ¿y si ese fuera el
verdadero rostro de Dios? El del amor, el de la humanidad limpia y sencilla...
La fiesta de hoy nos invita a aprender a mirar como los Magos, a caminar
buscando a Dios, y al encontrarle, adorarlo y regalarle quién somos cada uno.
FELIZ DIA DE REYES
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