El nacimiento de Jesús es clave
en nuestra fe. No se trata sólo del nacimiento de un profeta. Ni siquiera del
nacimiento de un Mesías salvador. Afirmamos que en Jesús Dios se encarnó, Dios
se hizo carne. Toda la parafernalia de luces, celebraciones, regalos y
consumismo de estos días se monta en torno a ese hecho tan sencillo como
profundo en significado para la historia de la humanidad y para las relaciones
de las personas entre sí: en aquel niño que nació en Belén, en un pesebre, hijo
de María y José, está presente Dios mismo. Nuestro mundo celebra, aunque muchos
sin saberlo conscientemente, la alegría más profunda, auténtica y verdadera
posible: Dios se ha hecho uno de nosotros y ha asumido nuestra carne con todas
sus consecuencias. Nada en el mundo ha sido igual desde aquel momento. Jesús,
Dios encarnado, significa un cambio radical en nuestra historia, una novedad
tan absoluta que nada puede ser ya como antes.
El Evangelio de hoy nos lleva a una
de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para
decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho
de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que
Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de
manifiesto en el relato de la creación del Génesis; con ella llama, como su le
sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la
esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las
palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece
con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios.
También, en nosotros, es muy
importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas
de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte
del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante
compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer
nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo
más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de
perdón y de acogida. Él ha puesto su tienda entre nosotros... para ser nuestro
confidente de Dios.
También hoy es Noche de Reyes...
Descubre que tu vida es un gran regalo, sí, tu vida, ésta, con sus luces y con
sus sombras, con lo mejor y con lo peor de ella. Descubre que tu persona puede
y debe ser un gran regalo para todo el que te busque y para todo el que te encuentre.
Descubre que puedes volver a ser niño, con una capacidad infinita para dejarte
sorprender, para dejarte emocionar, para dejarte recrear... Que aquellos Magos
que se pusieron en camino te ayuden a peregrinar hacia aquellos lugares donde Él
nos espera, para descubrir el auténtico tesoro de la vida, presente en tantos
rostros y en tantos acontecimientos. Volvamos a Belén con los Magos, Él nos
espera.
FELIZ DOMINGO
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2020-01-05
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