En el Evangelio de hoy, Juan el
Bautista da testimonio de Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”. Juan vio como el Espíritu descendía sobre Jesús y se dio
cuenta de que Jesús era “el que ha de bautizar en el Espíritu Santo” y da
testimonio de que “es el Hijo de Dios” y lo presenta ante el pueblo de Israel
como Aquel que es el Cordero de Dios que ha venido a quitar el pecado del
mundo. Juan revela de este modo Su identidad y misión. Al señalar al Señor
Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo trae a la
memoria aquel macho cabrío que luego de ser “cargado” con los pecados de Israel
debía ser enviado a morir al desierto, expiando de ese modo los pecados del
pueblo. También hace referencia a los corderos que eran continuamente ofrecidos
como expiación por los pecados cometidos por los israelitas contra la Ley de
Dios.
Por otro lado, es interesante
notar que la palabra hebrea usada para designar a un cordero puede significar
también “siervo”. El Cordero de Dios es también el Siervo de
Dios por excelencia, y justamente en la medida en que como Siervo responde
a su vocación y cumple amorosamente con la misión confiada por su Padre llega a
ser el Cordero que se inmola a sí mismo en el Altar de la Cruz para quitar el
pecado del mundo, para reconciliar a la humanidad entera con Dios. De este modo
la salvación de Dios alcanza «hasta el último extremo de la tierra», a los
hombres y mujeres de todos los pueblos y tiempos.
Jesús es el
elegido de Dios para traer la salvación a todos los pueblos. El amor y el
perdón de Dios no se destinan de forma exclusiva a una raza, a un pueblo o a
una cultura. Es para todos sin excepción. Para esa misión, Jesús está ungido
por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Dios. Ese Espíritu es el que le
convierte en Hijo de Dios. Esa misión se centra en el perdón de los pecados, en
la reconciliación, que abre las puertas a una vida más plena. Jesús nos invita
a la conversión porque en él tenemos una oportunidad real de comenzar una nueva
vida.
Al ser
bautizados en Jesús, somos incorporados a él. Por eso, podemos decir con
seguridad que somos un pueblo santo, que estamos llenos del Espíritu Santo y
que tenemos la misión de ofrecer el amor y la salvación de Dios a todos los que
nos rodean. Porque ese amor de Dios no es para nosotros en exclusiva. Es para
todos. Sería bueno que nos mirásemos unos a otros. En los bancos de nuestra
iglesia vemos gente normal. ¿Seguro? Sí, gente normal, pero también “pueblo
santo”, “pueblo consagrado”, “testigos del amor de Dios en medio del mundo”.
Cuando salimos cada domingo de la misa, debemos saber que se nos ha dado la
misión de ser testigos del amor de Dios. La gracia y la paz de Dios están con
nosotros. Su Espíritu nos llena. Hoy es tiempo de levantar la cabeza y
sentirnos orgullosos de lo que somos. Somos el pueblo de Dios y tenemos una
misión que cumplir: mostrar al mundo con nuestra vida, con nuestra forma de
ser, actuar y hablar, que Dios está con nosotros y que nos ama, que no hay
pecado que no merezca el perdón, que Dios siempre nos espera para devolvernos
la vida y que este mensaje es para toda la humanidad.
FELIZ DOMINGO
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