La pasión según san Mateo es un
relato apasionante que va del anuncio al cumplimiento. Hay un punto central en
el relato. Justo en el momento en que va a ser arrestado, Jesús proclama: “Ha
llegado la hora”. A partir de ese momento lo que en la primera parte del relato
ha sido un anuncio se va cumpliendo poco a poco.
La primera parte es el relato de
la Última Cena, momento en el que Jesús al bendecir el pan y el vino los
refiere a sí mismo y a su propia entrega. Ellos son y serán para siempre el
signo de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres. Una nueva época está a
punto de empezar, pero pasará necesariamente por la muerte de Jesús. En ese
contexto, entendemos el anuncio de la traición de Judas y de las negaciones de
Pedro. En ese contexto, en la soledad del Monte de los Olivos, compartimos el
temor ante la muerte que experimenta Jesús.
En la segunda parte todo se
cumple como si fuera un guion que los actores van actuando con fidelidad a la
letra escrita. La traición de Judas se consuma con un beso. El valor inútil de
Pedro, jugando a defender al Maestro con una espada, se confirma en sus tres
negaciones. ¿Quién fue el mayor traidor? El canto del gallo será un
recordatorio para Pedro de su propia debilidad. El juicio marca el definitivo
enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas de Israel. Ésa es la
auténtica causa de su muerte. El que ha pasado su vida pública hablando de Dios
Padre y haciendo el bien es condenado como blasfemo. De algún modo, la condena
de Jesús es una apuesta frente a Dios. Jesús muere en nombre de Dios. Y los que
le condenan lo hacen también en nombre de Dios.
El relato culmina con la muerte
de Jesús. Para llegar ahí, Jesús ha sido juzgado injustamente y ha sido
torturado. A pesar de todo, Jesús muere creyendo en la esperanza. Las últimas
palabras que el evangelista pone en su boca son el principio del salmo 22. Es
un salmo en que el autor experimenta el dolor, el sufrimiento y el abandono de Dios
en ese sufrimiento, pero al final proclama su esperanza en la fuerza y la
gracia de Dios que salva y da vida a los que creen en Él. Sin duda, el
evangelista quiso expresar de esa manera cuáles eran los sentimientos de Jesús
en los últimos momentos de su vida terrena.
La celebración de la Semana Santa
ha sido y es para los abatidos por la vida, por la cruz que siempre está
presente en ella, “una palabra de aliento”. Dios está con nosotros y en nuestro
mundo hay un lugar para la esperanza. Aunque hayamos celebrado muchas Semanas
Santas, nos sigue haciendo falta hacer memoria de Jesús de Nazaret para no
desesperar frente a un mundo donde la muerte, en todas sus formas, sigue
estando presente. Por más que nos cueste verlo, el Dios de la Vida triunfa sobre
la muerte. Esa es nuestra fe.
FELIZ DOMINGO DE RAMOS
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