Así mismo, hemos meditado sobre las virtudes de la Virgen María basados en las reflexiones del grupo de jóvenes de Misión País que nos acompañaron este verano.
María, Madre de Jesús, es el
modelo más perfecto de virtudes cristianas. Su vida refleja las actitudes
fundamentales que un creyente está llamado a imitar.
La humildad es el
fundamento de todas sus virtudes: aunque llena de gracia, se reconocía pequeña
y dependiente de Dios, respondiendo siempre con un “sí” confiado. Rechazaba
alabanzas y dirigía toda gloria al Señor, tanto en la Anunciación como en la
Visitación, y especialmente al pie de la cruz.
El amor a Dios en María
fue total, cumpliendo de manera perfecta el mandamiento de amar con todo el
corazón. Su relación con la Trinidad –Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa
del Espíritu Santo– muestra su entrega plena y amorosa.
De ese amor brota la caridad
con el prójimo. Sirvió a Isabel con generosidad, se preocupó de los novios en
Caná y continúa intercediendo por nosotros. Su compasión es reflejo del corazón
de Cristo.
La fe de María fue firme y
luminosa: creyó en las promesas de Dios aun sin ver. Supo reconocer a su Hijo
como Dios en cada circunstancia, desde Belén hasta el Calvario, permaneciendo
siempre fiel.
La esperanza de María se
apoyó en la confianza absoluta en la Providencia. En momentos de incertidumbre,
pobreza o huida, esperó en las promesas divinas, y sobre todo en la
resurrección de su Hijo.
La pureza de María, en
cuerpo y espíritu, fue fuente de fidelidad y castidad. Se entregó plenamente a
Dios y es modelo para jóvenes, esposos y consagrados, recordándonos que el
cuerpo es templo del Espíritu Santo.
Su pobreza no fue solo
material, sino sobre todo espiritual: desprendida de todo, tuvo a Dios como
único bien. Nos enseña a vivir libres de apegos, con un corazón disponible para
Él.
La obediencia de María es ejemplo de docilidad a la voluntad de Dios. Desde la Anunciación hasta el Calvario, aceptó con fe y amor los designios divinos, incluso en el dolor más grande.
La dulzura tiene origen en la bondad que derrama el corazón. La bondad del corazón de la Madre es enorme porque su fuente es inagotable, es el mismo Dios. No hay consuelo humano más grande que la ternura del corazón dulce de Nuestra Madre, que nos llama sin descanso a volver a su Hijo.
Finalmente, la oración fue
el pilar de su vida. Amaba el silencio, cultivaba la intimidad con Dios y halló
en la oración la fuerza para cumplir su misión y permanecer junto a Cristo
hasta la cruz.
Así, María es modelo de humildad,
amor, fe, esperanza, pureza, pobreza, obediencia y oración. Su vida enseña que
la verdadera grandeza está en el servicio, la confianza y el abandono total en
Dios. Ella nos invita a imitar sus virtudes para crecer en santidad y alcanzar
la vida eterna.
Un ejemplo a seguir
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