Hoy, san Marcos nos presenta una
avalancha de necesitados que se acerca a Jesús-Salvador buscando consuelo y
salud, cura a la hija de un hombre
llamado Jairo del jefe de la sinagoga que implora la salud de su hijita: «Mi hija
está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y
viva». Quién sabe si aquel hombre conocía de vista a Jesús, de verle
frecuentemente en la sinagoga y, encontrándose tan desesperado, decidió invocar
su ayuda. En cualquier caso, Jesús captando la fe de aquel padre afligido
accedió a su petición; sólo que mientras se dirigía a su casa llegó la noticia
de que la chiquilla ya había muerto y que era inútil molestarle: «Tu hija ha
muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús, dándose cuenta de la situación,
pidió a Jairo que no se dejara influir por el ambiente pesimista, diciéndole:
«No temas; solamente ten fe». Jesús le pidió a aquel padre una fe más grande,
capaz de ir más allá de las dudas y del miedo. Al llegar a casa de Jairo, Jesús
retornó la vida a la chiquilla con las palabras: «Talitá kum, que quiere decir:
‘Muchacha, a ti te digo, levántate».
También cura a una mujer que
padece flujos de sangre desde hacía doce años, lo que, según la cultura del
tiempo, la hacía “impura” y debía evitar cualquier contacto humano, que se dice
a sí misma: “Con solo tocar su manto, me curaré”. Y así fue, pero Jesús notando
que había salido fuerza de él pregunta: “¿Quién ha tocado mi manto?”, y ella se
adelanta temblorosa, pero enseguida le dice: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz
y queda curada de tu enfermedad”.
Eso es la fe. Quien cree “toca” a
Jesús y toma de Él la gracia que salva. No dudar, “no tengas miedo, tu hija duerme”. Y cada vez que Jesús se
acerca a nosotros, cuando vamos hacia Él con fe, escuchamos esto del Padre: “Hijo,
tu eres mi hijo. Tú te has curado. Yo perdono a todos, todo. Yo curo a todos y
todo”.
También nosotros debiéramos tener
más fe, aquella fe que no duda ante las dificultades y pruebas de la vida, y
que sabe madurar en el dolor a través de nuestra unión con Cristo, tal como nos
sugiere el papa Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi (Salvados por la
esperanza): «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el
dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar
en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor
infinito».
Deseemos que Jesús nos
toque también a nosotros, e inmediatamente nos pongamos a andar. Si somos
paralíticos o cometemos malas acciones, no podemos caminar; quizás estamos
acostados sobre el lecho de nuestros pecados como si fuera nuestra verdadera
cama.
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