domingo, 24 de junio de 2018

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. SAN JUAN BAUTISTA


     Celebramos la natividad de Juan Bautista. La alegría es, si cabe, mayor, porque la madre por su edad ya no era fértil. También el padre era mayor. No habían sido bendecidos con otros hijos. Con ellos se agotaba la familia, la estirpe. La muerte amenazaba a aquella familia. Por eso la alegría de aquel nacimiento fue mayor de lo normal. La celebración sería por todo lo alto. No era para menos. Todos se sentían llenos de esperanza. Podían mirar al futuro con tranquilidad. Había un niño que extendería la vida de la familia, que portaría su nombre. 

      Y, entonces, surge la pregunta. ¿Qué será ese niño cuando sea mayor? Un niño es siempre una pregunta abierta. La respuesta se irá dando con el paso del tiempo. Cuando crezca, cuando madure, cuando forme él mismo una familia, cuando con su trabajo contribuya al bien común. ¿Qué será de este niño?

       Lo que el ángel dice a Zacarías sobre el futuro niño, el nombre elegido para él y su concepción milagrosa, permiten comprender lo que es el misterio de su vocación: Dios, amándolo con amor eterno formó y plasmó a Juan siervo suyo «desde el vientre… para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel» (1ª. lectura). La identidad de esta persona humana y su misión en el mundo se entrelazan. Él “está hecho” desde el seno materno, Dios lo ha formado y dotado de unas características personales, dones y cualidades para ser el Precursor del Mesías, para preparar el camino al Reconciliador del mundo, para ofrecer «un bautismo de conversión» a todo el pueblo de Israel (2ª. lectura) .

      No se propuso a sí mismo como líder sino que invitó a todos a mirar al que tenía que venir, al que iba a colmar las esperanzas y deseos de todos. Juan se convirtió en el precursor, en el que anunció la llegada inminente del Salvador. No dijo a la gente que le mirase ni que le siguiese a él, sino que señaló a Jesús e invitó a todos a que le siguiesen. 

        Es obvio que Juan, educado por unos padres que eran «justos ante Dios»  y haciendo buen uso de su libertad, desde pequeño supo decirle sí al llamado de Dios. Es por esos “sí” libres, generosos y decididos de cada día que su espíritu fue fortaleciéndose día a día para finalmente llegar a ser quien estaba llamado a ser. Sólo así, desde la fidelidad a su identidad y vocación, pudo llevar a cabo fielmente la misión que Dios le encomendaba: ser el Precursor del Señor, el «Profeta del Altísimo», el último pero el más grande de todos los profetas del antiguo Testamento, aquél que precedió al Señor Jesús «con el espíritu y el poder de Elías» dando testimonio de Él mediante su predicación y su martirio.

      Así se convirtió en modelo del evangelizador cristiano. No se trata de colocarnos en el medio y decir que nos miren y sigan a nosotros, sino de ayudar a todos a que se encuentren con Jesús, a que descubran el Evangelio. Lo nuestro es echarnos a un lado para que Jesús sea el protagonista. Como hizo Juan



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