Celebramos la natividad de Juan
Bautista. La alegría es, si cabe, mayor, porque la madre por su edad ya no era
fértil. También el padre era mayor. No habían sido bendecidos con otros hijos.
Con ellos se agotaba la familia, la estirpe. La muerte amenazaba a aquella
familia. Por eso la alegría de aquel nacimiento fue mayor de lo normal. La
celebración sería por todo lo alto. No era para menos. Todos se sentían llenos
de esperanza. Podían mirar al futuro con tranquilidad. Había un niño que
extendería la vida de la familia, que portaría su nombre.
Y, entonces,
surge la pregunta. ¿Qué será ese niño cuando sea mayor? Un niño es siempre una
pregunta abierta. La respuesta se irá dando con el paso del tiempo. Cuando
crezca, cuando madure, cuando forme él mismo una familia, cuando con su trabajo
contribuya al bien común. ¿Qué será de este niño?
Lo que el ángel dice a Zacarías sobre el
futuro niño, el nombre elegido para él y su concepción milagrosa, permiten
comprender lo que es el misterio de su vocación: Dios, amándolo con amor
eterno formó y plasmó a Juan siervo suyo «desde el vientre… para que le trajese
a Jacob, para que le reuniese a Israel» (1ª. lectura). La identidad de esta
persona humana y su misión en el mundo se entrelazan. Él “está hecho” desde el
seno materno, Dios lo ha formado y dotado de unas características personales,
dones y cualidades para ser el Precursor del Mesías, para preparar el camino al
Reconciliador del mundo, para ofrecer «un bautismo de conversión» a todo el
pueblo de Israel (2ª. lectura) .
No se
propuso a sí mismo como líder sino que invitó a todos a mirar al que tenía que
venir, al que iba a colmar las esperanzas y deseos de todos. Juan se convirtió
en el precursor, en el que anunció la llegada inminente del Salvador. No dijo a
la gente que le mirase ni que le siguiese a él, sino que señaló a Jesús e
invitó a todos a que le siguiesen.
Es obvio que Juan, educado por unos padres
que eran «justos ante Dios» y haciendo
buen uso de su libertad, desde pequeño supo decirle sí al llamado de Dios. Es
por esos “sí” libres, generosos y decididos de cada día que su espíritu fue
fortaleciéndose día a día para finalmente llegar a ser quien estaba llamado a
ser. Sólo así, desde la fidelidad a su identidad y vocación, pudo llevar a cabo
fielmente la misión que Dios le encomendaba: ser el Precursor del Señor, el
«Profeta del Altísimo», el último pero el más grande de todos los profetas del
antiguo Testamento, aquél que precedió al Señor Jesús «con el espíritu y el
poder de Elías» dando testimonio de Él mediante su predicación y su martirio.
Así se convirtió en modelo del
evangelizador cristiano. No se trata de colocarnos en el medio y decir que nos
miren y sigan a nosotros, sino de ayudar a todos a que se encuentren con Jesús,
a que descubran el Evangelio. Lo nuestro es echarnos a un lado para que Jesús
sea el protagonista. Como hizo Juan
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2018-06-24
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