domingo, 21 de octubre de 2018

DOMINGO XXIX ORDINARIO "QUIEN QUIERA SER GRANDE, QUE SE HAGA SERVIDOR DE TODOS"


El Evangelio de este Domingo se ubica inmediatamente luego del renovado anuncio del cómo sucederá aquello que fue anunciado por los profetas: «Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado; le condenarán a muerte, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará» Los discípulos siguen sin querer entender, siguen tercamente aferrados a su idea del Mesías entendido como un glorioso y poderoso liberador político. Interpretan las palabras del Señor como el anuncio de su cercana manifestación gloriosa, el anuncio de la inminente instauración del Reino de Dios en la tierra mediante la restauración del dominio de Israel y el sometimiento de todas las naciones paganas. Ante esa perspectiva y creciente expectativa, se avivan las ambiciones de algunos Apóstoles. Dos de ellos, Santiago y Juan, se acercan al Señor para expresarle su ambición: «concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda», cuando con el poder de Dios hayas instaurado tu Reino y sometido a todas las naciones.

El Señor, lejos de escandalizarse ante la ambición mostrada por sus discípulos, se muestra comprensivo de la fragilidad humana y de las distorsiones introducidas en el corazón humano por el pecado. Ante tal petición y ante la indignación que genera entre los demás Apóstoles, Él los reúne en torno a sí y les enseña a interpretar rectamente el deseo de grandeza que mueve sus corazones: «el que quiera ser grande, que se haga el servidor de todos; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Es por el servicio y la humildad como ellos están llamados a ser auténticamente grandes, a ser “los primeros” entre todos. Ése, y no el de la gloria humana y el dominio abusivo sobre los demás, es el camino por el que responderán acertadamente a sus anhelos de grandeza y gloria.

El Señor se pone a sí mismo como modelo y ejemplo a seguir: Él, siendo Dios, se ha hecho hombre, y no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la propia vida como rescate por todos. Él no se impuso mediante su poder, sino que hizo de su propia vida un don para los demás. Es bebiendo de su mismo cáliz, abajándose con Cristo por la humildad, como sus discípulos serán elevados con Él hasta lo más alto, hasta la participación en la misma gloria divina. Siguiendo sus huellas el discípulo puede responder acertadamente a su legítima aspiración a la grandeza humana.



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