El Evangelio cuenta una historia
que habla también de la sabiduría. Un hombre se acerca a Jesús. Está preocupado
por alcanzar la vida eterna. Y pregunta a Jesús qué debe hacer. Había cumplido
los mandamientos desde pequeño, y estaba lleno de ideales más altos y de
aspiraciones más grandes. Porque era bueno y bien intencionado, quería superar
la simple observancia de la ley, para no quedarse en una religión de
obligaciones cumplidas.
De repente, Jesús le propone, con
mucho amor, algo nuevo, impensado, le abre nuevos horizontes. Es llamado a un
radicalismo para seguirle, ha de dejarlo todo, quedarse sin nada y centrarse en
lo único que vale la pena: seguir a Jesús. Para emprender la aventura del
Espíritu hay que ser capaz de dejar todo: riquezas, relaciones útiles, buen puesto
en la sociedad. Vender los bienes materiales es adquirir la libertad interior,
superar ataduras terrenas, abandonar privilegios confortables, para alcanzar la
disponibilidad del corazón que hace al hombre pobre de espíritu y rico en Dios.
Es un gran desafío. Porque para
alcanzar la verdadera sabiduría hay que saber relativizar todo lo que se tiene,
todo lo demás. No se encuentra la vida en las cosas que se poseen ni en cumplir
todos los mandamientos. La verdadera sabiduría está en reconocer que todo es
don, un regalo que Dios nos hace. Y sólo cuando nos volvemos a él con las manos
vacías, somos capaces de acoger ese don enorme que es la felicidad o la vida
eterna.
A los ricos se les hace difícil
entrar por ese camino. Están muy preocupados con las cosas que tienen. Pasan el
día pensando en cómo tener más y en cómo defenderlas mejor. Los otros se les
antojan amenazas. Los ven como ladrones que les quieren quitar lo que es suyo.
Sólo si son capaces de liberarse de las cosas que tienen, descubrirán en el
rostro del otro a un hermano o hermana y se darán cuenta de que la felicidad
está en el encuentro fraterno con los demás. Todos como hermanos y hermanas
entre nosotros y como hijos e hijas de Dios.
El joven rico del evangelio (y
nosotros también) es invitado a vivir un “éxodo” pasando del “tener” al “ser”,
del “poseer” seguridades materiales al “ser” discípulo de Jesús. Es necesario
descubrir a Dios como el gran tesoro, el sumo bien, la plena felicidad, para no
hacer de las riquezas terrenas un “dios”, al que se rinde culto a cualquier
precio. Lo que pide Cristo es valentía para saber dejar cosas y recibir el
evangelio, hacerse pobre en el presente para ser rico en el futuro.
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/comentario-del-domingo
http://oracionyliturgia.archimadrid.org/2018/10/08/domingo-de-la-28a-semana-de-tiempo-ordinario-14-10-2018/
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