Estamos al comienzo de la predicación de Jesús. Un Jesús
cercano a la gente sencilla del pueblo. Estamos a la orilla del lago, allá en
Galilea. Es el lugar no solo geográfico, sino teológico que Jesús ha escogido
para comenzar su misión. La tierra de los pequeños, de los sencillos de Israel,
de los que no cuentan para los poderes establecidos.
El Evangelio de hoy nos acerca a un
momento de la vida de Jesús. Está hablando de Dios a la gente, cerca del lago.
El gentío es grande y pide a Pedro que le deje subir a su barca para hablar
desde ahí. Cuando termina, le invita a remar mar adentro para echar las redes.
Ahí se produce la confusión. Ya habían estado toda la noche trabajando y no
habían pescado nada. Pero en su nombre vuelven a echar las redes. Se produce el
milagro. Y, curiosamente la reacción de Pedro es parecida a la del profeta
Isaías en la primera lectura: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Pedro
reconoce su pequeñez y la grandeza de Jesús. Se pone a sus pies. Le siguen sus
compañeros. Desde ahora, le dice Jesús a Pedro, serás pescador de hombres.
Jesús es Dios mismo. No es el Dios en poder de la primera lectura, pero es
Dios. Es Dios cercano, hecho hombre, amable, lleno de compasión y
misericordia.
¿Es un milagro solamente? Así podemos verlo y quedarnos
maravillados, o ¿es sobre todo una buena noticia para nosotros? ¿Dónde está
Jesús hoy? ¿Está entre los grandes y poderosos? ¿Está en los templos o lugares
que consideramos sagrados? No, Jesús está entre la gente sencilla. Jesús está
cerca de nosotros, en nuestros trabajos, en nuestras casas, en nuestras cosas
sencillas de todos los días. Esa es la buena noticia.
¿Cómo nos van las cosas? Puede ser que también nosotros
estemos bregando, trabajando duro. Y en nuestra brega, en nuestra lucha de cada
día, a veces experimentemos la noche o el cansancio. O tal vez la falta de
resultados. Las cosas no ocurren siempre como nosotros deseamos.
Jesús está cerca. Jesús te pide prestada la barca. Jesús se
embarca contigo, en tus cosas, en tus asuntos. Si tú le dejas, claro. ¿Quién es
el “patrón” de tu barca, de tu vida? Para el verdadero creyente es Jesús. Y en
su nombre echamos las redes cada día.
Tu puedes escuchar o no a Jesús. Puedes querer hacer la vida
sólo o hacer la vida contando con él. Hay tanta diferencia como de la noche al
día. Como de las redes vacías a las redes llenas.
Jesús no se asusta de tu pequeñez. Como no se asustaba de
los labios impuros de Isaías, en la primera lectura, o de que Pablo de Tarso
hubiera sido un perseguidor de los primeros cristianos.
Pero tienes que abrirle el corazón y la vida, la casa y la
barca. Tienes que dejarle coger el timón y fiarte plenamente de Él. Quiere
hacerte, como a Pedro “pescador de hombres”. Capaz de contagiar a muchos la
experiencia. Te quiere hacer predicador, con la vida y la palabra, de la Buena
Noticia de la salvación.
Seguro que todos hemos visitado alguna de esas
iglesias antiguas en las que en el ábside, pintado o en un mosaico, encima del
altar, se ve la figura enorme de un Cristo. No está crucificado sino sentado en
un trono. Tiene en sus manos los signos de la realeza. Y le rodean los
apóstoles, los ángeles y los santos. Es una representación de la corte
celestial. Cristo en todo su poder. Esa representación se llama “Pantocrátor”.
Quería comunicar a los que la veían la solemnidad, la majestad y la eternidad
de Dios. Ante esa imagen, la respuesta del hombre es la que da Isaías en la
primera lectura: “¡Ay de mí, estoy perdido!” La majestad y el poder de Dios es
tan grande que nos sentimos totalmente anulados ante él.
Curiosamente también, Dios actúa del
mismo modo tanto en la primera lectura como en Evangelio: salva, purifica,
perdona y envía. El profeta se sentía perdido e impuro, Pedro se sentía
pecador. A los dos, Dios les recoge, les levanta y les hace colaboradores de su
plan de salvación. “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Para
Isaías y para Pedro, y también para nosotros que escuchamos hoy estas lecturas,
se abre un nuevo futuro más allá de nuestras limitaciones, de nuestros pecados.
Dios nos llama a colaborar con él, a ser mensajeros y testigos de su amor y de
su misericordia para todos los hombres y mujeres. Y todo eso por pura gracia y
amor de Dios (segunda lectura).
No hay comentarios:
Publicar un comentario