domingo, 16 de junio de 2019

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Celebramos este Domingo el misterio de la Santísima Trinidad, «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo». Hemos pasado ya las celebraciones más importantes del año litúrgico. El Adviento nos llevó de la mano hacia la Navidad, la celebración del nacimiento de Jesús, la primera Pascua. Un poco más adelante, la Cuaresma nos invitó a seguir a Jesús hasta Jerusalén. Allí hicimos memoria de su muerte y resurrección, la segunda Pascua. Al terminar la celebración de la Pascua, hace pocos días, hemos celebrado la venida del Espíritu Santo, el comienzo de la historia de la Iglesia, de esta aventura de llevar a todos los hombres y mujeres la buena nueva de la salvación, del amor y la misericordia de Dios. Al final, a modo de conclusión y coronamiento, celebramos esta solemnidad de la Trinidad.

El Evangelio de este Domingo trae un pasaje en el que habla de este misterio divino. Dice el Señor Jesús a sus Apóstoles la noche de la Última Cena: «Muchas cosas me quedan por decirles, pero ustedes no las pueden comprender por ahora». Más que a cosas nuevas, se refiere el Señor a la iluminada y progresiva comprensión de todo lo que Él les había enseñado mientras estuvo con ellos. Para ello recibirán un Don de lo Alto, por lo que añade: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena». ¿Quién es este misterioso “Espíritu de la verdad”, prometido por el Señor? El Señor habla de Él como de una Persona enviada, del mismo modo que Él fue enviado por el Padre: «No hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga… Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo comunicará a ustedes». En efecto, el Señor mismo proclamó que Él no hablaba por su cuenta, «sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar… Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí». El Señor cumplió su misión de hablar lo que había escuchado del Padre, mas sería otro el que luego de su partida ayudase a sus discípulos a comprender lo que Él les había enseñado: el Espíritu los guiará hasta la verdad completa.

Concluye el Señor diciendo: «Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo anunciará a ustedes». De este modo habla de una íntima unidad, comunión y comunicación existente entre las tres divinas Personas. La divinidad del Padre pertenece también al Hijo, así como la divinidad del Hijo pertenece al Espíritu Santo.

Por lo que Cristo ha revelado y por la luz del Espíritu que llevó a los Apóstoles a la verdad completa, los cristianos profesamos que el Padre es Dios, que el Hijo es el mismo y único Dios y que el Espíritu Santo es el mismo y único Dios. Y aun cuando son tres Personas distintas, es un solo Dios.


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