Celebramos este Domingo el
misterio de la Santísima Trinidad, «el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo». Hemos pasado ya las
celebraciones más importantes del año litúrgico. El Adviento nos llevó de la
mano hacia la Navidad, la celebración del nacimiento de Jesús, la primera
Pascua. Un poco más adelante, la Cuaresma nos invitó a seguir a Jesús hasta
Jerusalén. Allí hicimos memoria de su muerte y resurrección, la segunda Pascua.
Al terminar la celebración de la Pascua, hace pocos días, hemos celebrado la
venida del Espíritu Santo, el comienzo de la historia de la Iglesia, de esta
aventura de llevar a todos los hombres y mujeres la buena nueva de la
salvación, del amor y la misericordia de Dios. Al final, a modo de conclusión y
coronamiento, celebramos esta solemnidad de la Trinidad.
El Evangelio de este Domingo trae
un pasaje en el que habla de este misterio divino. Dice el Señor Jesús a sus
Apóstoles la noche de la Última Cena: «Muchas cosas me quedan por decirles,
pero ustedes no las pueden comprender por ahora». Más que a cosas nuevas, se
refiere el Señor a la iluminada y progresiva comprensión de todo lo que Él les
había enseñado mientras estuvo con ellos. Para ello recibirán un Don de lo
Alto, por lo que añade: «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará
hasta la verdad plena». ¿Quién es este misterioso “Espíritu de la verdad”,
prometido por el Señor? El Señor habla de Él como de una Persona enviada, del
mismo modo que Él fue enviado por el Padre: «No hablará por su cuenta, sino que
hablará lo que oiga… Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo
comunicará a ustedes». En efecto, el Señor mismo proclamó que Él no hablaba por
su cuenta, «sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que
decir y hablar… Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho
a mí». El Señor cumplió su misión de hablar lo que había escuchado del Padre,
mas sería otro el que luego de su partida ayudase a sus discípulos a comprender
lo que Él les había enseñado: el Espíritu los guiará hasta la verdad completa.
Concluye el Señor diciendo: «Todo
lo que es del Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y se lo
anunciará a ustedes». De este modo habla de una íntima unidad, comunión y
comunicación existente entre las tres divinas Personas. La divinidad del Padre
pertenece también al Hijo, así como la divinidad del Hijo pertenece al Espíritu
Santo.
Por lo que Cristo ha revelado y
por la luz del Espíritu que llevó a los Apóstoles a la verdad completa, los
cristianos profesamos que el Padre es Dios, que el Hijo es el mismo y único
Dios y que el Espíritu Santo es el mismo y único Dios. Y aun cuando son tres
Personas distintas, es un solo Dios.
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2019-06-16
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