domingo, 2 de junio de 2019

VII DOMINGO DE PASCUA ASCENSIÓN DEL SEÑOR


Entre la Pascua de Resurrección y la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, la Iglesia sitúa la solemnidad de la Ascensión. Es un momento más del proceso por el que pasan los discípulos después de la muerte de Jesús. Los que salieron corriendo, llenos de miedo, cuando Jesús fue detenido, juzgado y clavado en la cruz, fueron confortados por el encuentro con el Señor resucitado. Ahora, suficientemente firmes en la fe, Jesús se despide de ellos. Pero les deja una nueva promesa: la promesa del Espíritu Santo.

La comunidad de discípulos del Señor estaba inquieta. Después de los malos momentos vividos durante la pasión y, de manera particular, los vividos en aquel par de días de ausencia del Maestro en el que se le derrumbó la esperanza, se había acostumbrado a tenerlo de nuevo a su lado disfrutando de su enseñanza y su compañía. Las apariciones del Señor Resucitado habían rehecho la fe titubeante de algunos, remendado la esperanza de no pocos y ensanchado la ilusión por la misión y el Reino en muchos. Sin embargo, las últimas palabras del Maestro, un tanto crípticas, les confundía y les volvía a generar un sentimiento de orfandad como el que experimentaron la tarde del viernes en que fue crucificado. “Os conviene que me vaya…”, “El Padre os enviará un Defensor…”.

 Podríamos decir que esta fiesta nos habla de la pedagogía de Dios con los hombres. Jesús tomó a unos pescadores ignorantes. Los fue enseñando a lo largo de tres años. Así nos lo relatan los Evangelios. No fue suficiente. A la hora de la cruz, todos, menos Juan y unas pocas mujeres, salieron corriendo. Después, los discípulos pasaron por la experiencia de la resurrección. No les fue fácil al principio aceptar que Jesús estaba vivo. Necesitaron su tiempo. Ahora hasta aquella presencia misteriosa desaparece. Jesús les promete el Espíritu, pero por un tiempo tienen que aprender a estar solos. A tener la responsabilidad de su fe en sus manos. Hasta que llegue el Espíritu que les dará la fuerza para ser testigos del Reino. 

El Espíritu les enseñará la verdad y les dará la fuerza para ser testigos y anunciar, a tiempo y a destiempo, que el Mesías, a quien los jefes del pueblo entregaron a una muerte ignominiosa, ha resucitado de entre los muertos y en su nombre se predica la conversión y el perdón.

La Ascensión al Cielo constituye el fin de la peregrinación terrena de Cristo, Hijo de Dios vivo, consubstancial al Padre, que se hizo hombre para nuestra reconciliación. Luego de ver al Señor ascender a los Cielos, los Apóstoles se volvieron gozosos a Jerusalén en espera del acontecimiento anunciado y prometido. En el Cenáculo, unidos en común oración en torno a María, la Madre de Jesús, los discípulos preparan sus corazones en espera del cumplimiento de la Promesa del Padre.


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