Es durante el encarcelamiento de
Juan, que al oír hablar «de las obras del Mesías», «mandó a dos de sus
discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar
a otro?”».
Llama la atención que quien manda
a sus discípulos a hacer esta pregunta es el mismo que poco antes, cuando
bautizaba en el Jordán, había dicho de Él: «Este es por quien yo dije: Detrás
de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que
yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea
manifestado a Israel». Es de Él de quien había dado incluso testimonio
diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se
quedaba sobre Él» y también: «Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el
Elegido de Dios». ¿Por qué entonces manda a preguntar ahora a Jesús: “¿Eres tú
el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”».
Conviene entender que para ese
momento Juan tenía muchos discípulos y ejercía una fuerte influencia sobre
multitudes, y «como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus
corazones acerca de Juan, si no sería él el Mesías» Juan, no cabe duda, era un
personaje muy importante. Pero, ¿era él el enviado de Dios? Juan sabía
perfectamente que Jesús era el Mesías, ¿pero ¿cómo hacer para que sus
discípulos y seguidores entendiesen que el Señor Jesús, y no él, era en
realidad el Cristo? ¿Cómo “disminuir” él para que Jesús creciese?
Si Juan envía a sus discípulos
con esta pregunta no es porque él dude, sino para que sus discípulos crean que
Jesús es el Mesías esperado por Israel. ¿Y qué mejor que el testimonio de las
mismas obras? Por ello el Señor Jesús responde: «Vayan y cuéntenle a Juan lo
que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos
quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les
anuncia el Evangelio». En Él se cumple lo que Isaías había anunciado: «Miren a
su Dios… viene en persona a salvarlos. Se despegarán los ojos del ciego, los
oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantará». Él es el Mesías, es Dios mismo que viene a salvar a su
pueblo.
Para ser humildes y sencillos
como el Señor, debemos ver en los milagros anunciados por el Profeta Isaías y
realizados por Jesús, los milagros que puede hacer en cada
uno de nosotros, especialmente en este tiempo de Adviento: ciegos que
ven, sordos que oyen, mudos que hablan, cojos que andan, etc.
¿Y Jesús ya no hace milagros?
Es cierto que veces se sabe de curaciones milagrosas, exorcismos, etc. que
suceden aquí o allá. Pero son muchos los milagros que Jesús puede hacer
–y de hecho hace- si nos disponemos. Tiempo propicio para ello es
éste de preparación llamado Adviento.
Porque el Mesías, el Salvador del
Mundo, Jesucristo, volverá, y debemos estar preparados. Y la mejor
preparación es dejarnos sanar por Jesús que ya vino hace dos mil años y que
continúa estando presente en cada uno de nosotros haciendo milagros con su
Gracia.
Jesús curó ciegos… dispongámonos
a que cure nuestra ceguera, para que podamos ver las circunstancias de
nuestra vida como El las ve. Jesús curó sordos… Él puede curar la
sordera de nuestro ruido, que no nos deja oír bien su Voz y así podamos
seguirle sólo a Él.
Jesús curó mudos… ¿y en qué somos
mudos nosotros? En que no hablamos de Él y de su mensaje. ¡Los
católicos estamos enmudecidos! Pero Él puede curar esa mudez que tenemos
y que nos impide evangelizar. ¡Porque la Nueva
Evangelización es trabajo de todos y cada uno de nosotros!
Hay que aprovechar todas las
gracias derramadas en este Adviento, para prepararnos a la llegada del Mesías.
Feliz Domingo.
Feliz Domingo.
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