El evangelio es el prólogo del
evangelio de Juan, una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que
se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y
de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión inaudita de el “Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo
más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se
pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama,
como le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo
de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en
las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como
acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de
Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la
anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse
teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También,
en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear
situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien
esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando
algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha
encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y
pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de
luz y de misericordia; de perdón y de acogida. Él ha puesto su tienda entre
nosotros... para ser nuestro confidente de Dios.
FELIZ NAVIDAD
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