domingo, 22 de diciembre de 2019

IV DOMINGO DE ADVIENTO "JOSÉ NO TEMAS ACOGER A MARÍA"

El Evangelio dirige la mirada a Aquella de cuyo seno nacerá el Reconciliador y Salvador del mundo: Santa María, la madre del Señor.

En esta Mujer se cumple aquella promesa que Dios había hecho a los primeros padres, en la escena misma de la caída original: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: Él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar». Este anuncio es conocido como el “protoevangelio”, es decir, del primer anuncio de la buena nueva del triunfo de Dios sobre el demonio, sobre el poder del mal y de la muerte. Dios enviará un reconciliador, que nacerá de una misteriosa mujer.

«Al llegar la plenitud de los tiempos —dirá San Pablo—, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva». Aquel que habría de pisar la cabeza de la antigua serpiente es el Hijo mismo de Dios, y María es aquella mujer pensada desde antiguo y elegida por Dios para ser la madre de su Hijo. El Hijo de María, Jesucristo, tiene la misión de rescatar, de salvar y de elevar a la filiación divina a todo ser humano.

Faltando ya pocos días para celebrar el nacimiento de Jesucristo, la Iglesia fija su mirada en Aquella que está pronta a dar a luz, Aquella que como una bella aurora anuncia el ya cercano nacimiento del Sol de Justicia.

¿Pero cómo se hizo hombre el Verbo divino? ¿Cómo llegó a ser “linaje de mujer” Aquel que desde toda la eternidad era ya Hijo de Dios? San Mateo en su evangelio afirma que el Verbo divino se encarnó no por obra o intervención de varón, es decir, por contacto sexual alguno, sino «por obra del Espíritu Santo». San Lucas, que probablemente escuchó el relato de la milagrosa concepción de labios de la misma Virgen, describe detalladamente cómo sucedió esto. De la dificultad que María ofrece al ángel ante el anuncio de que ella concebirá y dará a luz a un Hijo a quien habrá de poner por nombre Jesús, «¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?», se deduce que María tenía el propósito de guardar su virginidad aún estando casada con José. No se entiende cómo pudiese plantear tal dificultad quien pronto pasaría a vivir con él. El término griego que se traduce como “no conozco varón”, abarca también el pasado y el futuro, de modo que debe entenderse así: “no he conocido, no conozco actualmente ni tampoco tengo intención de conocer a varón”, significando este “conocer a varón” el mantener relaciones conyugales.

Los primeros cristianos, que se encontraron ante el hecho milagroso de la concepción virginal del Señor Jesús, descubrieron que estaba ya anunciado desde antiguo en las Escrituras. El evento les permitió comprender que el signo ofrecido por Dios a Acaz, a través de su profeta Isaías, constituía una profecía que se realizó en María: «Miren: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». La versión de la Escritura usada por el evangelista Mateo, usada también por el Señor Jesús y los demás apóstoles, es la traducción griega llamada de los Setenta. Allí se utiliza explícitamente el término “virgen”. El hecho extraordinario de que una mujer conciba permaneciendo virgen es justamente el signo que confirma que Jesucristo es el Emmanuel.

El título Emmanuel coincide con el nombre que llevará el Hijo de María, nombre que expresa su ser y manifiesta su misión: Jesús significa “Dios salva”. El Emmanuel, Dios-con-nosotros, es Dios que viene en persona a salvar a su pueblo de sus pecados.

¿Y cuál es el papel reservado a José en los designios divinos de reconciliación? Aquel signo divino por Isaías a Acaz quería asegurarle al rey de Israel que la descendencia de David no sería exterminada, como era su temor. Más aún, Dios le promete a Acaz, y con ello a todo Israel, que de la descendencia de David nacería un gran Rey, el caudillo de Israel, el Mesías. El Cristo sería «hijo de David». José, siendo de la descendencia de David, debía asegurar la descendencia davídica a este Niño mediante una paternidad legal.

Ante la noticia que le da María a José de que estaba encinta, dice la traducción literal del texto griego: él «resolvió repudiarla en secreto». Repudiarla es una expresión idiomática que significa no seguir adelante con el desposorio. A diferencia de lo que se interpreta comúnmente, que José decidió repudiar a María en secreto por dudar de su integridad, José le creyó, y creyó que el Niño que había concebido venía de Dios. Su confusión obedecería más bien a un temor reverencial: dado que el hijo de María era el Hijo de Dios, pensaba que lo propio era hacerse a un lado, separarse de María, para no apropiarse de una descendencia sagrada que no era suya, sino de Dios. De allí que el ángel le dijese en sueños: «no temas tomar contigo a María, tu mujer, aunque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Entonces José permanece al lado de María, porque Dios mismo le pide asumir la paternidad del Niño, dándole así la descendencia davídica.

Feliz Domingo


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