jueves, 11 de diciembre de 2025

SALMO 11 EN YAHVÉ ME COBIJO

 

1.En Yahvé me cobijo; ¿cómo, pues, me decís: “Huye, pájaro, a tu monte,
2.que los malvados tensan su arco, ajustan a la cuerda su saeta, para disparar en la sombra contra los honrados?”
3.Si están en ruinas los cimientos, ¿qué puede hacer el justo?
4.Yahvé en su santo Templo, Yahvé en su trono celeste; sus ojos ven el mundo, sus pupilas examinan a los hombres.
5.Yahvé examina al justo y al malvado, odia al que ama la violencia.
6.¡Lluevan sobre el malvado brasas y azufre, y un viento abrasador como porción de su copa!
7.Pues Yahvé es justo y ama la justicia, los rectos contemplarán su rostro.

El Salmo 11 es una profesión de confianza radical en el Señor ante la presencia persistente de la maldad, la injusticia, la violencia y el colapso moral parecen dominar en el mundo. El salmista rechaza el consejo de huir y reafirma la soberanía de Dios, parándose a ver que Dios no es indiferente ante la injusticia, Dios no se cruza de brazos, por mas que su acción no se avenga a lo que nos gustaría: su intervención directa en la historia. 

Nos da una recta comprensión de lo que realmente nos constituye como personas, nos invita a apostar, en el asunto de la historia, a favor de la justicia y nos promete un gran gozo por vivir diariamente en justicia y honradez. Jesús confiaba siempre que la claridad iluminadora de Dios pondría cada cosa y persona en su sitio, con justicia: “Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto” (Lc 8,17)

El salmo se sitúa dentro de los “Salmos de confianza” cuyo núcleo es la certeza de que Dios protege al justo aun en circunstancias adversas. El verso clave es el primero: “En Yahvé me cobijo”.

Esta imagen es frecuente en la Escritura: “Mi roca, mi fortaleza, mi libertador” (Sal 18,3). “Mi refugio, mi alcázar” (Sal 91,2), “Torre fuerte es el nombre del Señor” (Pr 18,10).

El Nuevo Testamento continúa esta línea, afirmando que la verdadera seguridad se encuentra en Cristo: “Nadie arrebatará de mi mano a mis ovejas.” (Jn 10,28–29): “El Señor es mi auxilio, nada temo” (Heb 13,6).

San Agustín interpreta el refugio en Dios como el “locus interior de la fe”, no un lugar físico. En sus Enarrationes in Psalmos, sostiene que el alma se refugia en Dios cuando rehúye el pecado y descansa en la verdad. El cristiano no huye al monte material, sino a Cristo mismo, “la roca firme”. “Huye como pájaro a tu monte” simboliza la tentación de buscar soluciones humanas o evasivas. El justo, “vuela” hacia Cristo, el “monte” que no puede ser conmovido.

¿cómo, pues, me decís: “Huye, pájaro, a tu monte,

La catequesis puede iluminar el tema de la fuga del compromiso, una tentación histórica del pueblo de Dios. La Biblia, sin embargo, muestra que los profetas y discípulos no fueron llamados a huir, sino a permanecer fieles: Jer 1,17–19: Dios fortalece al profeta para el conflicto. Mt 5,14–16: La luz no se esconde. Jn 17,15: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.”

El salmo es una invitación a permanecer en la verdad incluso cuando la persecución o la confusión amenazan.

que los malvados tensan su arco, ajustan a la cuerda su saeta, para disparar en la sombra contra los honrados?”

San Jerónimo —maestro en discernimiento moral— identifica el arco de los malvados con la lengua que calumnia y con las “flechas” de falsas doctrinas. En su comentario a los salmos, señala que el ataque desde “la sombra” es característico del diablo, que actúa con astucia y ocultamiento.

San Juan Crisóstomo aplica este versículo a la persecución contra los cristianos. Para él, el salmista refleja la experiencia de la Iglesia apostólica: amenazas constantes, injusticias y ataques a la integridad de la comunidad.

“Si están en ruinas los cimientos, ¿qué puede hacer el justo?

Esta frase ha sido interpretada como referencia al colapso social o institucional, lo cual lo convierte en un texto atemporal.

San Agustín interpreta los “cimientos” como el orden moral y la justicia en la sociedad, pero también como la integridad interior del alma. Cuando el mundo parece colapsar, el justo no pierde su fundamento porque Cristo es su cimiento: “Nadie puede poner otro fundamento que Jesucristo” (1 Cor 3,11).

Basilio Magno ve en la destrucción de los cimientos una imagen del pecado que corroe la comunidad. Sin embargo, insiste en que la verdadera firmeza proviene de la vida virtuosa: el justo permanece incluso cuando las estructuras fallan.

Yahvé en su santo Templo, Yahvé en su trono celeste; sus ojos ven el mundo, sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor no es indiferente: examina, discierne y juzga: 2 Cr 16,9: “Los ojos del Señor recorren toda la tierra.” Sal 33,13–15: Dios observa a los hijos de los hombres. Heb 4,13: “Nada hay oculto ante sus ojos.”

Para Gregorio de Nisa, el templo es el corazón purificado donde Dios habita. El examen de Dios no es vigilancia punitiva, sino iluminación que revela la verdad del alma. La mirada divina tiene un carácter sanador: Dios examina para purificar.

Atanasio de Alejandría afirma que el trono celestial de Dios manifiesta la soberanía que protege a los creyentes. El examen divino es prueba, sí, pero orientada a la santificación.

Yahvé examina al justo y al malvado, odia al que ama la violencia.

San Juan Crisóstomo interpreta este examen como discernimiento pedagógico. Dios prueba al justo para fortalecerlo, del mismo modo que el oro es pasado por el fuego (cf. Sab 3,6).

San Agustín distingue entre juzgar y probar: Al malvado lo “juzga” (veredicto). Al justo lo “prueba” (purificación y crecimiento).

¡Lluevan sobre el malvado brasas y azufre, y un viento abrasador como porción de su copa!

La justicia divina es pedagógica, purificadora y vindicativa: Dt 32,35: “Mía es la venganza y la retribución.”, Rom 12,19: El cristiano no debe vengarse, 2 Tes 1,6–7: Dios hará justicia a los afligidos.

Los Padres de la Iglesia no leen esta imagen en clave de venganza humana, sino como metáfora del juicio escatológico y del sufrimiento que el mal causa a quien lo abraza.

Orígenes introduce un matiz espiritual: el “fuego” es el ardor purificador de la verdad que revela la falsedad del pecado. La imagen es terapéutica, no meramente punitiva.

Pues Yahvé es justo y ama la justicia, los rectos contemplarán su rostro.

Esta es una de las promesas bíblicas más altas: Sal 17,15: “Yo con tu rostro me satisfago”, Mt 5,8: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, 1 Jn 3,2: “Lo veremos tal cual es.”

El salmo concluye con una esperanza escatológica: el triunfo definitivo de la justicia. Para San Agustín, ver el rostro de Dios es la meta última de la existencia: “El fin de todo deseo es ver a Dios”.

San Gregorio Magno relaciona la “rectitud” con la capacidad de ver: el ojo del alma solo puede contemplar a Dios si está recto, si no se tuerce hacia el egoísmo.

Cirilo de Jerusalén en sus Catequesis Mistagógicas, aplica este versículo a la consumación del misterio pascual: la vida nueva en Cristo orienta al fiel hacia la visión plena del Señor.

Los Padres de la Iglesia ven el Salmo 11 como un itinerario espiritual:

  1. Refugiarse en Dios frente al miedo.

  2. Discernir el mal que actúa con astucia.

  3. Permanecer firmes cuando el mundo se tambalea.

  4. Aceptar la mirada purificadora de Dios que examina.

  5. Confiar en la justicia divina, no en la venganza humana.

  6. Vivir rectamente para llegar a ver el rostro de Dios.

El salmo, leído en clave cristológica, se cumple en Cristo: Él es el Justo perseguido, el fundamento inconmovible, el rostro del Padre revelado al mundo y la roca donde se refugia la Iglesia.

 

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