jueves, 4 de diciembre de 2025

SALMO 132 “DIOS ESTABLECE SU CASA ENTRE NOSOTROS”

El Salmo 132 es uno de los más bellos y ricos de toda la colección de los Cánticos de las subidas. Este himno acompaña a los peregrinos que, con el corazón agradecido, suben a Jerusalén para encontrarse con el Señor. Es un salmo que combina memoria, esperanza y promesa; un canto que revela el deseo profundo de Dios: habitar en medio de su pueblo.

1.Canción de las subidas. Acuérdate, Yahveh, en favor de David, de todos sus desvelos,

2.del juramento que hizo a Yahveh, de su voto al Fuerte de Jacob:

3.«No he de entrar bajo el techo de mi casa, no he de subir al lecho en que reposo,

4.sueño a mis ojos no he de conceder ni quietud a mis párpados,

5.mientras no encuentre un lugar para Yahveh, una Morada para el Fuerte de Jacob.»

6.Mirad: hemos oído de Ella que está en Efratá, ¡la hemos encontrado en los Campos del Bosque!

7.¡Vayamos a la Morada de él, ante el estrado de sus pies postrémonos!

8.¡Levántate, Yahveh, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza!

9.Tus sacerdotes se vistan de justicia, griten de alegría tus amigos.

10.En gracia a David, tu servidor, no rechaces el rostro de tu ungido.

11.Juró Yahveh a David, verdad que no retractará: «El fruto de tu seno asentaré en tu trono.

12.«Si tus hijos guardan mi alianza, el dictamen que yo les enseño, también sus hijos para siempre se sentarán sobre tu trono.»

13.Porque Yahveh ha escogido a Sión, la ha querido como sede para sí:

14.«Aquí está mi reposo para siempre, en él me sentaré, pues lo he querido.

15.«Sus provisiones bendeciré sin tasa, a sus pobres hartaré de pan,

16.de salvación vestiré a sus sacerdotes, y sus amigos gritarán de júbilo.

17.«Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido;

18.de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema».

El salmo comienza recordando la intensa dedicación de David: “No he de entrar bajo el techo de mi casa… mientras no encuentre un lugar para Yahveh” (Sal 132,3–5).

David, rey y pastor, busca un lugar digno para el Arca, signo de la presencia divina. San Agustín explica que este ardor no es simple preocupación arquitectónica, sino símbolo de un corazón que desea que Dios tome posesión de su vida (Enarrationes in Psalmos, 131). Esta actitud nos interpela hoy: ¿buscamos a Dios con la misma pasión? ¿Le damos un espacio real en nuestro día a día, en nuestras familias, en nuestra parroquia?

El pueblo recuerda luego el gozo de encontrar la morada del Señor: “¡La hemos encontrado… vayamos a la Morada de él!” (Sal 132,6–7). La fe se convierte en peregrinación llena de alegría. Esta experiencia evoca otro salmo: “Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor” (Sal 122,1).

A veces olvidamos que ir a la iglesia no es una obligación pesada, sino un encuentro festivo con el Dios vivo. Una comunidad cristiana auténtica se reconoce por la alegría con que celebra, acoge y ora.

En el centro del salmo encontramos la respuesta de Dios, que es fiel a su palabra: “Sión ha escogido… Aquí está mi reposo para siempre” (Sal 132,13–14).

Dios no quiere ser un visitante ocasional, sino un habitante permanente. En el Nuevo Testamento, esta promesa se cumple en Jesús: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Y, tras la resurrección, Cristo nos asegura: “Yo estoy con ustedes todos los días” (Mt 28,20).

La Iglesia es la continuación de esta presencia: “La Iglesia es la morada de Dios con los hombres” (Catecismo 756). Nuestras parroquias, entonces, no son solo estructuras físicas, sino signos vivos del deseo de Dios de acompañarnos y caminar con nosotros.

El salmo recuerda también la promesa mesiánica hecha a David: “El fruto de tu seno asentaré en tu trono” (Sal 132,11). Esta promesa anuncia al Mesías, el Hijo de David, cuya llegada ilumina toda la historia bíblica. San León Magno afirma que en Cristo se cumplen todas las expectativas del Antiguo Testamento, porque Él es la “luz que no se apaga” y el Rey cuyo reinado no tiene fin (Sermón 31).

Finalmente, Dios promete bendiciones concretas para su pueblo: pan para los pobres, sacerdotes revestidos de salvación, y alegría para los fieles (cf. Sal 132,15–16).

Este tríptico revela la misión de la Iglesia: caridad, santidad y gozo. Cristo nos recuerda: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6,37), invitándonos a cuidar de los más necesitados. Y también: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14), animándonos a irradiar esperanza en cada rincón de nuestra vida.

El Salmo 132 nos invita a renovar nuestra fe en un Dios que cumple lo que promete, que permanece fiel incluso cuando nosotros no lo somos, y que quiere hacer de cada comunidad un hogar donde Él pueda “descansar” y reinar. Que nuestras parroquias sean lugares donde todos puedan encontrar consuelo, alimento, oración y alegría. Que seamos, como David, corazones ardientes que buscan y preparan un lugar para Dios.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario