Después de celebrar la Semana
Santa, el domingo de Pascua llega como un rayo de esperanza. Hemos vivido de
cerca la muerte de Jesús. Y en su muerte hemos hecho memoria de todas nuestras
muertes. Las muertes que vivimos día a día en nuestras personas, en nuestras
familias, en el trabajo, en la sociedad, en el mundo. La guerra y la injusticia
son muerte. Pero también lo son las enfermedades y los egoísmos, los rencores y
los odios, que nos comen por dentro y van minando nuestra vitalidad. Tantas son
las muertes que nos rodean que a veces podemos llegar a pensar que no tenemos
futuro, que no hay salida. Parece que el hombre está definitivamente metido en
un laberinto que no tiene más salida que la desesperación o, lo que es lo
mismo, la muerte.
Pero muy de mañana unas mujeres
fueron al sepulcro donde habían enterrado a Jesús y vieron quitada la losa del
sepulcro. Fueron corriendo a avisar a los apóstoles. Pedro llegó y vio que
Jesús no estaba allí. Y lo que es más importante: vieron y creyeron. La fe les
hizo ver más de lo que veían sus ojos. Donde otros no verían más que un
sepulcro vacío, ellos descubrieron otra realidad mucho más profunda: Jesús
había resucitado, el Padre le había devuelto a la vida. La promesa de la
resurrección se hacía en Jesús realidad y esperanza para toda la humanidad. Con
ese último acto de su historia, todo lo que habían vivido y aprendido con Jesús
cobraba un significado nuevo. Ahora la liberación esperada era mucho más
profunda que la simple liberación política del dominio de los romanos o la
llegada de un reino judío que igualase o superase al de Salomón. Si Jesús ha
resucitado, entonces es que Dios nos ha liberado de la esclavitud más profunda:
la esclavitud de la muerte.
En Pascua y ante el sepulcro
vacío, los que creemos en Jesús comprendemos que no cabe en nuestras vidas
lugar para la desesperación. Somos en adelante hombres y mujeres de esperanza.
Sabemos, desde la fe, que para Dios no hay ningún caso desesperado. Por más
difíciles, por más irresolubles, por más amenazadores, que sean nuestros
problemas, mantenemos firme la esperanza. Y aunque nos llegue la muerte,
sabemos que ni siquiera ésta es definitiva. Porque Jesús ha resucitado.
La resurrección de Jesús nos
compromete con la esperanza. Nos llama a trabajar por crear esperanza a nuestro
alrededor. Por regalarla a los demás como se nos regala la luz del cirio
pascual que ilumina nuestra celebración. Defendemos la vida para todos porque
el Dios de Jesús es Dios de Vida para todos. Y con nuestra forma de
comportarnos día a día vamos regalando vida y esperanza. Para que nadie, nunca,
se sienta desesperado.
https://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/comentario-homilia/?f=2019-04-21
Secuencia
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
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