En el Evangelio de hoy, nos
encontramos con una historia que desgraciadamente se sigue repitiendo hoy en
algunas culturas.
La primera actitud de Jesús -lo había hecho antes muchas veces- fue
retirarse a orar al monte. Sin el soporte previo de la oración -que
también es acción- los pasos siguientes no tendrían sentido. Después ya
se puso a enseñar y a oír acusaciones sin prueba alguna.
A Jesús le presentan una mujer
sorprendida en adulterio –siempre las culpas se dirigen contra la mujer–. La
ley, lo de antes, la tradición decía que había que apedrearla hasta la muerte.
Era el castigo por su pecado. Los letrados y fariseos seguro que no se
acordaban de la lectura del profeta Isaías pero Jesús sí: “No recordéis lo de
antaño, mirad que realizo algo nuevo”. Jesús es el que realiza la novedad.
Su acción fue escuchar primero,
dejar un tiempo de reflexión, de cierta tensión expectante y actuar en
consecuencia. ¿Qué escribió en el suelo? No lo sabemos. Da igual, Dejaba
trascurrir un breve tiempo para ponerlos nerviosos. Primero hace caer en la
cuenta a los acusadores de que nadie está libre de pecado. Sus palabras han
quedado en la sabiduría popular: “El que esté sin pecado que tire la primera
piedra” y todos se marcharon ¿avergonzados? Es probable. Nadie tiró ninguna
piedra; era su corazón de piedra el que les impedía aceptar y comprender la
misericordia de Jesús. ¡Lástima que las apliquemos tan pocas veces en nuestra vida!
Y luego, una vez que los acusadores han desaparecido Jesús se incorporó. Son muchas las veces que en el
Evangelio Jesús invita a “levantarse y andar”; Él mismo “se levanta” en
muchos momentos y pasa a la acción. Seguro que Jesús también ayudó a
incorporarse a aquella mujer arrojada, arrebujada en su ropa, en su temor y su
vergüenza, pero fueron sus palabras las que le ayudaron a levantarse de
la postración para siempre: “Anda, vete tranquila, y en adelante no peques más”.
No hubo reproches, ni envíos
penitenciales o de limosna al templo ¡qué más hubieran querido los del templo:
una mujer que vuelve arrepentida y con dádivas!; Ella sintió solo aceptación de
su persona y el pronto regreso a casa donde le esperaban su marido y sus
hijos…; es de suponer que si era llamada adúltera, es por estar casada. Porque
la acusación, una vez más, había sido falsa. Como tantas.
Y entre la polvareda de su
regreso a casa, se volvió a mirar a Jesús, vislumbrándolo, con los ojos cegados
por el sol, mientras Él sonreía, viendo cómo ella trastabillaba en su
apresurada carrera ganadora y liberadora.
Algún día deberíamos llegar a
comprender que ésa es precisamente la novedad que nos ha traído Jesús: que Dios
no nos condena sino que nos salva, nos levanta y nos invita a seguir caminando.
Él sabe que el pecado nos hace más daño a nosotros que a nadie. Por eso no
quiere que pequemos. Y confía en que seremos capaces de salir adelante. ¿No es
eso el agua de la vida que brota en medio del desierto de nuestros corazones?
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/7-4-2019/pautas/
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