El tiempo de Adviento tiene una
duración de cuatro semanas en el que podemos distinguir dos periodos. En el
primero de ellos se nos orienta hacia la espera de la venida gloriosa de
Cristo, por eso las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la
venida del Señor en todos sus aspectos: su venida al final de los tiempos, su
venida ahora, cada día, y su venida hace dos mil años.
En el segundo periodo se orienta
más directamente a la preparación de la Navidad. Se nos invita a vivir con más
alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido.
Los evangelios de estos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de
Jesús.
En orden a hacer sensible esta
doble preparación de espera, la liturgia suprime durante el Adviento una serie
de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos el Gloria, se
reduce la música con instrumentos, los adornos festivos, las vestiduras son de
color morado, el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una
manera de expresar tangiblemente que, mientras dura nuestro peregrinar, nos
falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque
le falta algo. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá
llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por solemnidad de la
fiesta de la Navidad.
Tenemos cuatro semanas en las que
Domingo a Domingo nos vamos preparando para la venida del Señor.
La primera de las semanas de
adviento está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos, es el
tiempo de la esperanza, basada en la fidelidad de Dios. “El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9,1). Dios responde a la
esperanza humana enviando al Salvador. La liturgia nos invita a estar en vela,
manteniendo una especial actitud de conversión.
La segunda semana nos invita, por
medio del Bautista a «preparar los caminos del Señor»; esto es, a mantener una
actitud de permanente conversión, nuestro corazón debe prepararse para recibir
a Cristo. “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.” (Mateo
3,3) La conversión consiste en abrirnos a la gracia, revisar nuestra vida y
reconciliarnos.
La tercera semana preanuncia ya
la alegría mesiánica, pues ya está cada vez más cerca el día de la venida del
Señor. Aunque sigue siendo un tiempo de sobriedad, el Adviento está marcado por
la alegría confiada. “Estén siempre alegres en el Señor.” (Flp 4,4). La
alegría nace de saber que Dios viene a salvarnos.
Finalmente, la cuarta semana ya
nos habla del advenimiento del Hijo de Dios al mundo. María es figura, central,
vive la espera con fe, humildad y disponibilidad y su espera es modelo y estímulo
de nuestra espera. “Hágase en mí según tu palabra.” (Lc 1,38). Ella
enseña a esperar a Cristo desde dentro, con corazón obediente.
La corona de Adviento es uno de
los símbolos más hermosos y pedagógicos de este tiempo litúrgico. Su fuerza
catequética es muy grande porque combina signos visuales, ritmo de espera, oración
y luz.
¿Qué es la corona de Adviento? Es
un símbolo cristiano que se utiliza para preparar espiritualmente la Navidad. La
tradición consiste en colocar cuatro velas, dentro de un círculo formado por
ramas y hojas perennes. La primera vela se encenderá el primer domingo de
adviento y sucesivamente deberán encenderse cada domingo hasta el domingo
previo a la llegada de Navidad las velas restantes. La Iglesia no tiene una
norma rígida sobre ella (no es algo obligatorio ni litúrgico en sentido
estricto), pero está profundamente extendida en parroquias y familias porque
ayuda a vivir la fe en casa.
En cuanto a los colores de las
velas, tienen que ser velas púrpuras y una de color rosa (también pueden ser de
diferentes colores morada, verde, blanca y roja).
El círculo simbolizaba la
eternidad, porque no tiene principio ni fin, representa la eternidad de Dios, su
amor sin límites, la esperanza que nunca se agota. Dios no abandona a su
pueblo; su fidelidad es eterna.
El verde es color de vida,
frescura y esperanza, simboliza vida nueva, renovación interior, esperanza
cristiana. La gracia de Dios mantiene viva nuestra fe aun en tiempos fríos o
difíciles.
Las cuatro velas simbolizaban la
luz que vence a la oscuridad. Representan las cuatro semanas del Adviento. Cada
vela se enciende progresivamente: la luz crece, como la esperanza que se acerca
a la Navidad. Sus significados son: La primera vela morada representa la
esperanza y expectativa ante la llegada de Cristo, Dios cumple sus promesas. La
segunda, morada o verde, representa la Conversión: "Preparad el camino del Señor",
la tercera de color blanco o rosa es la vela de la Alegría (Gaudete): El Señor
está cerca y la cuarta y última vela, púrpura o roja, que representa la paz.”, Cristo viene a habitar entre nosotros. A veces se añade una quinta vela blanca,
que se enciende en la noche de Navidad para representar a Cristo.
Cada domingo, al encender una
vela más, proclamamos: que la luz de Cristo ilumina nuestras tinieblas, que la
esperanza cristiana crece con la cercanía del Señor, que la venida de Jesús
disipa la oscuridad del pecado y del miedo. “El pueblo que caminaba en
tinieblas vio una gran luz” (Is 9,1)
La corona de Adviento nos
recuerda que la luz de Cristo siempre crece, incluso cuando todo parece oscuro.
Cada vela encendida nos dice: “Dios está cerca. Su venida trae vida, paz y
esperanza.”
Adviento es el tiempo en que Dios
se inclina hacia nosotros. No es solo un recuerdo de Belén; es una visita
actual, silenciosa pero real. Cristo viene hoy a tocar los rincones oscuros de
nuestra vida, esos que escondemos incluso de nosotros mismos.
Adviento es la mano suave de Dios
sacudiendo nuestro corazón, recordándonos que no estamos hechos para vivir
dormidos, resignados o sin esperanza. Él viene a traernos luz. Adviento es dejar que Cristo nazca en nosotros
hoy. Su venida no es solo un recuerdo, sino un acontecimiento presente.
En un mundo que muchas veces vive
agotado, dividido o temeroso, el Adviento proclama una verdad profunda: Dios no
se ha cansado de nosotros. Él viene, una y otra vez, no para exigir, sino para
sanar y abrazar.
Dejemos que este Adviento sea un
tiempo de gracia verdadera. Encendamos una luz cada semana, pero, sobre todo,
una luz en el corazón: la de la esperanza, la conversión, la alegría y el amor.
Digámosle juntos al Señor: “Ven, Señor Jesús. Nace en nuestra vida, renueva
nuestra historia, y haz de nosotros testigos de tu luz.”
Que su corazón confiado sea tu
guía. Abre tus manos. Deja que este Adviento sea un verdadero comienzo. El
Señor está cerca, viene para quedarse.

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