El evangelio
de este domingo más que un relato de la aparición de Jesús resucitado es un
relato de desaparición. Lo que encuentran tanto María Magdalena como los dos
apóstoles no es la manifestación gloriosa del Resucitado sino un sepulcro
vacío. Ante ese hecho caben dos interpretaciones. La primera es la actitud
inicial de María Magdalena: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto”. La otra es la respuesta de fe de los apóstoles: “Vio y
creyó”.
La actitud
más evidente, más obvia, es sin duda la de María Magdalena. La actitud de los
apóstoles es diferente. Llegan al sepulcro y observan lo que ha sucedido. Sólo
después se les abre la inteligencia y comprenden lo que no habían entendido
antes en las Escrituras: “que Él había de resucitar de entre los muertos”.
Jesús es,
curiosamente, el gran ausente de este relato pero al mismo tiempo la auténtica
fuerza que dinamiza la vida de los creyentes. Apenas las vendas y el sudario
quedan como testigos mudos de que ahí estuvo su cuerpo muerto. Pero es
precisamente sobre ese vacío como se afirma la fe. ¿No nos dijeron que la fe
era creer lo que no se ve? Pues aquí tenemos una prueba concreta. En torno a la
ausencia de Jesús brota la convicción de que está vivo, de que ha resucitado.
No han sido los judíos o los romanos los que se han llevado su cuerpo. Ha sido
Dios mismo, el Abbá de que tantas veces habló, el que lo ha levantado de entre
los muertos. Y le ha dado una nueva vida. Una vida diferente, plena. Jesús ya
no pertenece al reino de los muertos sino que está entre los vivos de verdad.
En esa vida nueva su humanidad queda definitivamente transida de divinidad. La
muerte ya no tiene poder sobre él.
Pero no hay
pruebas de ello. No hubo policías recogiendo las huellas dactilares. No hubo
jueces ni comisiones parlamentarias. No hubo periodistas ni cámaras ni
micrófonos. Nada de eso. Solamente el testimonio de los primeros testigos que
nos ha llegado a través de los siglos. De voz en voz y de vida en vida ha ido
pasando el mensaje: “Jesús ha resucitado”. Muchos han encontrado en esa fe una
fuente de esperanza, de vitalidad, de energía que ha dado sentido a sus vidas.
La vida de tantos santos, canonizados o no, es testimonio de ello. Pero no hay
pruebas. Sólo la confianza en la palabra de aquellos testigos nos abre el
camino hacia esa nueva forma de vivir. ¿Quieres tú también creer?
Este evangelio nos muestra cómo
el amor y la amistad hacen buscar al Señor. En tu momento de oración
puedes pedirle a Jesús resucitado que renueve en ti la fuerza de su Vida,
que te dé el valor para ser su testigo, que te renueve por dentro con
la fuerza de su Espíritu...
FELIZ PASCUA
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