
El evangelio de hoy es toda
una invitación a vencer nuestros miedos y a no cerrar nuestras puertas. A no
exigir pruebas a la medida de nuestros caprichos y a no instalarnos en la
testarudez. A no aferrarnos a la necesidad de seguridades absurdas que no pasan
de ser mera curiosidad. Y es que la resurrección de Jesús es toda una
invitación a sentir. Sí, sentir que nuestra experiencia de fe va mucho más allá
de comprobaciones epidérmicas, porque nos encontramos ante algo que nos habla
de inmensidad y que es más profundo que una simple comprobación física. El ver
y el tocar no aclara realmente nada, es más, nos pueden mantener en la
incredulidad porque, en cuestión de fe, el amor es mucho más sólido que
nuestras manos. Por ello hay que sentir. Hay que abrir todas las puertas que
tengamos cerradas en nosotros mismos y sentir cómo se despierta el amor de
quien nos ama y el amor que nos brota ante quienes amamos. Sentir cómo el amor
nos reblandece, nos modela, nos figura humanamente, nos sitúa como
constructores de paz, hacedores de un mundo nuevo, de nuevas situaciones y de
circunstancias renovadas. Porque el amor nos dice quiénes somos antes de
transparentarse en nuestras obras, y nos llevará donde no imaginamos.
FELIZ DOMINGO
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