El texto del evangelio de este
domingo nos muestra algo fascinante: Jesús vive y está de nuevo en medio de los
suyos. No es un fantasma, no hay por qué tener miedo. Al contrario, Jesús les
hace experimentar una paz intensa y verdadera junto a una alegría incontenible.
Sienten que Jesús, sí, el Resucitado, con su soplo, el soplo del Espíritu, aviva
en ellos alegría y paz. Sin embargo el evangelio de hoy también nos muestra la
incredulidad, fruto de la cerrazón. Tomás, el apóstol incrédulo, quiere ver,
quiere tocar; exige pruebas, cual niño caprichoso, que le saquen de la
oscuridad de sus dudas. Y ante esto Jesús vuelve a actuar. Jesús quiere que
Tomás abra las puertas que aún tiene cerradas, que venza sus miedos y que
también sea partícipe de la paz y la alegría que trae la resurrección. El
Resucitado así se lo hace sentir, y Tomás nos ha dejado la confesión de fe más
bella que podamos leer y proclamar del evangelio: «Señor mío y Dios mío».
El evangelio de hoy es toda
una invitación a vencer nuestros miedos y a no cerrar nuestras puertas. A no
exigir pruebas a la medida de nuestros caprichos y a no instalarnos en la
testarudez. A no aferrarnos a la necesidad de seguridades absurdas que no pasan
de ser mera curiosidad. Y es que la resurrección de Jesús es toda una
invitación a sentir. Sí, sentir que nuestra experiencia de fe va mucho más allá
de comprobaciones epidérmicas, porque nos encontramos ante algo que nos habla
de inmensidad y que es más profundo que una simple comprobación física. El ver
y el tocar no aclara realmente nada, es más, nos pueden mantener en la
incredulidad porque, en cuestión de fe, el amor es mucho más sólido que
nuestras manos. Por ello hay que sentir. Hay que abrir todas las puertas que
tengamos cerradas en nosotros mismos y sentir cómo se despierta el amor de
quien nos ama y el amor que nos brota ante quienes amamos. Sentir cómo el amor
nos reblandece, nos modela, nos figura humanamente, nos sitúa como
constructores de paz, hacedores de un mundo nuevo, de nuevas situaciones y de
circunstancias renovadas. Porque el amor nos dice quiénes somos antes de
transparentarse en nuestras obras, y nos llevará donde no imaginamos.
FELIZ DOMINGO
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