miércoles, 15 de octubre de 2025

SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

El Sacramento de la Confirmación es uno de los tres Sacramentos de iniciación cristiana, junto con el Bautismo y la Eucaristía. Por medio de él, las personas bautizadas se integran de forma plena como miembros de la comunidad, reciben la plenitud del don del Espíritu Santo y se fortalecen.

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) enseña: “La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el Sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo y a su Iglesia, y asociarnos más estrechamente a su misión” (CIC, n. 1316).

El sujeto de la Confirmación es todo bautizado que no la haya recibido aún y que esté debidamente preparado. El CIC señala: “Para recibir la Confirmación se requiere estar en estado de gracia, haber recibido instrucción conveniente y estar debidamente dispuesto” (CIC, n. 1319).

Aunque el código de derecho canónico indica que los “fieles están obligados a recibir ese sacramento en el tiempo oportuno” (canon 890), su no administración no condiciona la validez del bautismo, aunque sí la del orden sacerdotal y la del matrimonio, aunque este último se puede recibir antes sub conditione, a la espera de recibir en breve la confirmación. No tendrían sentido la recepción de estos sacramentos sin el primero.

En este Sacramento, al confirmando, tras recibir una catequesis previa si tiene edad suficiente, se le pide que acepte de forma libre y consciente las promesas realizadas en el bautismo, normalmente por sus padres y durante su primera infancia. La catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial, y durante esa preparación se suelen tratar temas diversos en especial la fe católica en el Espíritu Santo y sus siete dones, pero también otros contenidos como la Iglesia, María, los Sacramentos (entre ellos, la Eucaristía, el perdón o reconciliación, etc.), la Biblia con particular énfasis en los evangelios, la oración, la resurrección, etc.

El Sacramento de la Confirmación tiene por finalidad que el confirmado sea fortalecido con los dones del Espíritu Santo, completándose la obra del bautismo. Los siete dones del Espíritu Santo, que se logran gracias a la Confirmación, son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El Sacramento pretende lograr en el confirmado un arraigo más profundo a la filiación divina, que se una más íntimamente con su Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra, ya que por él será capaz de defender su fe y de transmitirla, lo que por el Sacramento se compromete a hacer activamente.

Martín Lutero manifestó no haber encontrado bases bíblicas suficientes que probaran la institución de la Confirmación como Sacramento, por lo que los protestantes no reconocen la sacramentalidad de la Confirmación como rito diferente del bautismo. Según ellos, el don del Espíritu Santo se confiere plenamente en el bautismo para ser testigo de Cristo ante el mundo. Sin embargo, podemos encontrar en varios textos del Nuevo Testamento el fundamento bíblico de este Sacramento. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que los apóstoles imponían las manos sobre los bautizados para que recibieran el Espíritu Santo: “Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch 8,17). También san Pablo hizo lo mismo en Éfeso: “Y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar lenguas y a profetizar” (Hch 19,6). En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles reunidos con María: “Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4). Este acontecimiento marcó el origen espiritual de la Confirmación como inicio de la misión de la Iglesia, y cada confirmado participa de ese mismo impulso misionero.

El rito católico actual consiste, dentro de la celebración de la misa, tras la homilía, en primer lugar, en la renuncia al mal y al pecado y la profesión de fe, que renueva la renuncia y profesión que hicieron sus padres en el bautismo. Es muy importante la profesión de la fe, pues en esta fe se recibe el Sacramento y fiel a esta se compromete ya con su madurez adquirida a vivir de ahora en adelante, no como mandato de los padres, sino con propia aceptación y voluntad. Después se impone a cada confirmando las manos como signo de la invocación del Espíritu Santo y luego se le unge en la frente haciendo la señal de la cruz con el santo crisma, aceite consagrado, que simboliza la fuerza y el gozo del Espíritu mientras el ministro (habitualmente, el obispo o uno de sus vicarios) le dice la frase ritual: «N., Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo», a lo que se responde: «Amén». El rito de la Confirmación concluye con un saludo de paz al que ya es miembro completo de la Iglesia; luego sigue la misa como de costumbre.

Es conveniente que un padrino o una madrina acompañe a quién será confirmado. Se trata de una costumbre antigua de la Iglesia, al igual que en el caso del bautismo. Cada confirmando no debe tener más de un padrino/madrina. La Iglesia prefirió siempre que cada confirmando tuviese su padrino o madrina, y rechazó el abuso de que uno fuese padrino de muchos, salvo verdadera necesidad.

Las condiciones que debe reunir el padrino o madrina son: que sea un creyente católico, maduro en la fe para que le ayude a vivir esta fe en profundidad. Para esto, resulta razonable que se trate de un miembro activo del cuerpo de la Iglesia, que haya recibido los tres Sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) y que no esté impedido por el derecho canónico para ejercer tal función, que sea mayor de 16 años y en uso de razón, que tenga intención de desempeñar el cargo, que no sea padre, madre o cónyuge del confirmando, que haya sido designado por el confirmando, o en su defecto por sus padres o tutores, o por el ministro o párroco, que, en el acto de la Confirmación, se ubique detrás del confirmado y coloque su mano derecha sobre el hombro del confirmando, significando que será su apoyo en la fe.

Este Sacramento significa para el católico afirmar su fe y continuar con ella, incentiva a la formación cristiana permanente y a la catequesis de adultos donde Dios los elige como sus hijos. A los bautizados, el Sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo.

Los efectos de la Confirmación son múltiples y profundos: Aumenta y perfecciona la gracia bautismal, une más íntimamente con Cristo y con la Iglesia, fortalece los dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (Is 11,2), imprime un carácter espiritual indeleble, que no puede borrarse ni repetirse, da fuerza para confesar la fe con valentía y vivir como testigo de Cristo. “El Espíritu Santo, al darnos su fuerza, nos hace testigos de Cristo” (CIC, n. 1303).

La Confirmación es, por tanto, un Sacramento de madurez cristiana. No significa el final del camino de la fe, sino el comienzo de una vida más comprometida con el Evangelio. Jesús prometió: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos … y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). “El Sacramento de la Confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa”. (Código de Derecho Canónico, canon 891). En la mayoría de las diócesis, el sujeto recibe el Sacramento con los 14 o 15 años, aunque se pueden dar casos con menor edad.

Quien ha sido confirmado está llamado a vivir con alegría y responsabilidad su fe, participando activamente en la comunidad y en el servicio a los demás. Como enseña el Papa Francisco: “La Confirmación nos une más a Cristo y nos da una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe por palabra y obra” (Audiencia General, 2018).

En resumen, la Confirmación es el Pentecostés personal de cada cristiano. Es el momento en que Dios, por medio de su Espíritu, nos unge para ser luz, testigos y constructores de su Reino en el mundo.

“El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26), y con Él, el cristiano puede decir con valentía: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Flp 4,13).

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