El Catecismo de la Iglesia
Católica (CIC) enseña: “La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es
el Sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la
filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo y a su Iglesia, y
asociarnos más estrechamente a su misión” (CIC, n. 1316).
El sujeto de la Confirmación es
todo bautizado que no la haya recibido aún y que esté debidamente preparado. El
CIC señala: “Para recibir la Confirmación se requiere estar en estado de
gracia, haber recibido instrucción conveniente y estar debidamente dispuesto”
(CIC, n. 1319).
Aunque el código de derecho
canónico indica que los “fieles están obligados a recibir ese sacramento en
el tiempo oportuno” (canon 890), su no administración no condiciona la
validez del bautismo, aunque sí la del orden sacerdotal y la del matrimonio,
aunque este último se puede recibir antes sub conditione, a la
espera de recibir en breve la confirmación. No tendrían sentido la recepción de
estos sacramentos sin el primero.
En este Sacramento, al
confirmando, tras recibir una catequesis previa si tiene edad suficiente, se le
pide que acepte de forma libre y consciente las promesas realizadas en el
bautismo, normalmente por sus padres y durante su primera infancia. La
catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la
pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la
comunidad parroquial, y durante esa preparación se suelen tratar temas diversos
en especial la fe católica en el Espíritu Santo y sus siete dones, pero también
otros contenidos como la Iglesia, María, los Sacramentos (entre ellos, la Eucaristía,
el perdón o reconciliación, etc.), la Biblia con particular énfasis en los evangelios,
la oración, la resurrección, etc.
El Sacramento de la Confirmación
tiene por finalidad que el confirmado sea fortalecido con los dones del Espíritu
Santo, completándose la obra del bautismo. Los siete dones del Espíritu Santo,
que se logran gracias a la Confirmación, son: sabiduría, entendimiento,
consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El Sacramento pretende
lograr en el confirmado un arraigo más profundo a la filiación divina, que se
una más íntimamente con su Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de
Jesucristo, de palabra y obra, ya que por él será capaz de defender su fe y de
transmitirla, lo que por el Sacramento se compromete a hacer activamente.
Martín Lutero manifestó no haber
encontrado bases bíblicas suficientes que probaran la institución de la Confirmación
como Sacramento, por lo que los protestantes no reconocen la sacramentalidad de
la Confirmación como rito diferente del bautismo. Según ellos, el don del
Espíritu Santo se confiere plenamente en el bautismo para ser testigo de Cristo
ante el mundo. Sin embargo, podemos encontrar en varios textos del Nuevo
Testamento el fundamento bíblico de este Sacramento. En el libro de los Hechos
de los Apóstoles se narra que los apóstoles imponían las manos sobre los
bautizados para que recibieran el Espíritu Santo: “Entonces les imponían las
manos y recibían el Espíritu Santo” (Hch 8,17). También san Pablo hizo lo
mismo en Éfeso: “Y habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el
Espíritu Santo y se pusieron a hablar lenguas y a profetizar” (Hch 19,6). En
el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles reunidos
con María: “Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar
en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hch 2,4). Este
acontecimiento marcó el origen espiritual de la Confirmación como inicio de la
misión de la Iglesia, y cada confirmado participa de ese mismo impulso
misionero.
El rito católico actual consiste,
dentro de la celebración de la misa, tras la homilía, en primer lugar, en la
renuncia al mal y al pecado y la profesión de fe, que renueva la renuncia y
profesión que hicieron sus padres en el bautismo. Es muy importante la
profesión de la fe, pues en esta fe se recibe el Sacramento y fiel a esta se
compromete ya con su madurez adquirida a vivir de ahora en adelante, no como
mandato de los padres, sino con propia aceptación y voluntad. Después se impone
a cada confirmando las manos como signo de la invocación del Espíritu Santo y
luego se le unge en la frente haciendo la señal de la cruz con el santo crisma,
aceite consagrado, que simboliza la fuerza y el gozo del Espíritu mientras el
ministro (habitualmente, el obispo o uno de sus vicarios) le dice la frase
ritual: «N., Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo», a lo que
se responde: «Amén». El rito de la Confirmación concluye con un saludo
de paz al que ya es miembro completo de la Iglesia; luego sigue la misa como de
costumbre.
Es conveniente que un padrino o
una madrina acompañe a quién será confirmado. Se trata de una costumbre antigua
de la Iglesia, al igual que en el caso del bautismo. Cada confirmando no debe
tener más de un padrino/madrina. La Iglesia prefirió siempre que cada
confirmando tuviese su padrino o madrina, y rechazó el abuso de que uno fuese
padrino de muchos, salvo verdadera necesidad.
Las
condiciones que debe reunir el padrino o madrina son: que sea un creyente
católico, maduro en la fe para que le ayude a vivir esta fe en profundidad.
Para esto, resulta razonable que se trate de un miembro activo del cuerpo de la
Iglesia, que haya recibido los tres Sacramentos de la iniciación cristiana
(Bautismo, Confirmación y Eucaristía) y que no esté impedido por el derecho
canónico para ejercer tal función, que sea mayor de 16 años y en uso de razón, que
tenga intención de desempeñar el cargo, que no sea padre, madre o cónyuge del
confirmando, que haya sido designado por el confirmando, o en su defecto por
sus padres o tutores, o por el ministro o párroco, que, en el acto de la Confirmación,
se ubique detrás del confirmado y coloque su mano derecha sobre el hombro del
confirmando, significando que será su apoyo en la fe.
Este Sacramento significa para el
católico afirmar su fe y continuar con ella, incentiva a la formación cristiana
permanente y a la catequesis de adultos donde Dios los elige como sus hijos. A
los bautizados, el Sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la
Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo.
Los efectos
de la Confirmación son múltiples y profundos: Aumenta y perfecciona la gracia
bautismal, une más íntimamente con Cristo y con la Iglesia, fortalece los dones
del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios (Is 11,2), imprime un carácter espiritual indeleble,
que no puede borrarse ni repetirse, da fuerza para confesar la fe con valentía
y vivir como testigo de Cristo. “El Espíritu Santo, al darnos su fuerza, nos
hace testigos de Cristo” (CIC, n. 1303).
La Confirmación es, por tanto, un
Sacramento de madurez cristiana. No significa el final del camino de la fe,
sino el comienzo de una vida más comprometida con el Evangelio. Jesús prometió:
“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis
testigos … y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). “El Sacramento
de la Confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la edad de la
discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad, o exista
peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra cosa”.
(Código de Derecho Canónico, canon 891). En la mayoría de las diócesis, el
sujeto recibe el Sacramento con los 14 o 15 años, aunque se pueden dar casos
con menor edad.
Quien ha sido confirmado está
llamado a vivir con alegría y responsabilidad su fe, participando activamente
en la comunidad y en el servicio a los demás. Como enseña el Papa Francisco: “La
Confirmación nos une más a Cristo y nos da una fuerza especial del Espíritu
Santo para difundir y defender la fe por palabra y obra” (Audiencia
General, 2018).
En resumen, la Confirmación es el
Pentecostés personal de cada cristiano. Es el momento en que Dios, por medio de
su Espíritu, nos unge para ser luz, testigos y constructores de su Reino en el
mundo.
“El Espíritu Santo viene en
ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26), y con Él, el cristiano puede decir
con valentía: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Flp 4,13).

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