miércoles, 29 de octubre de 2025

SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

El Sacramento de la Penitencia es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo para la salvación de los hombres. También se le llama Confesión, Reconciliación o Perdón, y tiene como fin restituir la amistad con Dios después de haberla perdido por el pecado.

La base bíblica del sacramento se encuentra en las palabras de Jesús resucitado a los apóstoles: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23). Con este mandato, Cristo confirió a la Iglesia, por medio de los apóstoles y sus sucesores, el poder de perdonar los pecados en su nombre.

San Pablo también alude a este ministerio de reconciliación cuando escribe: “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación” (2 Co 5,18). Así, la Iglesia ejerce como instrumento visible de la misericordia divina.

De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica solo les confirió el poder de perdonar pecados: “Solo Dios perdona los pecados” (Marcos 2:7). "Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: «El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Marcos 2:10) y ejerce ese poder divino: «Tus pecados están perdonados» (Marcos 2:5; y Lucas 7:48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (Juan 20:21-23) para que lo ejerzan en su nombre (CIC 1441).

El Catecismo de la Iglesia Católica también nos enseña que: “Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia” (CIC 1422). Este sacramento, por tanto, no es solo un acto individual, sino también eclesial: al pecar se hiere al Cuerpo de Cristo, y en la reconciliación se restaura la comunión.

Santo Tomás de Aquino explica que este sacramento es necesario porque, aunque el bautismo borra todos los pecados, la fragilidad humana hace que los cristianos vuelvan a caer. Por eso Dios, en su infinita bondad, dispuso este “segundo bautismo”, no de agua, sino de lágrimas y arrepentimiento.

El efecto principal de la Penitencia es el perdón de los pecados mortales y, con él, la recuperación de la gracia santificante. También otorga paz y consuelo espiritual, así como la fortaleza para no recaer. El Catecismo afirma: “La reconciliación con Dios es, por así decirlo, el renacimiento espiritual, cuya imagen más bella es la vuelta del hijo pródigo a la casa paterna” (CIC 1468).

El ejemplo del hijo pródigo (Lc 15,11-32) es quizá la parábola más clara del amor misericordioso del Padre. El hijo, arrepentido, vuelve humillado, pero es recibido con alegría y fiesta. Así también, cada penitente experimenta que Dios no se cansa de perdonar.

Este sacramento, aunque puede ser recibido cada vez que se necesite, la Iglesia manda confesar los pecados graves al menos una vez al año (cf. CIC 1457), especialmente en tiempo de Cuaresma, como preparación para la Pascua.

El papa Francisco ha recordado muchas veces que “la confesión no es una sala de torturas, sino un encuentro con la misericordia del Señor”. El confesor actúa “in persona Christi”, es decir, en nombre de Cristo, y guarda el secreto sacramental de modo absoluto.

Para recibir dignamente este sacramento, la tradición de la Iglesia señala cinco pasos esenciales:

Examen de conciencia

El examen de conciencia es recordar los pecados que hemos cometido desde la última confesión bien hecha, para poderlos decir al sacerdote que nos confiesa.

Arrepentimiento y contrición

Es tener la intención de no volver a cometer los pecados que se van a confesar (es decir, tener el propósito de enmienda), en atención a la justicia y la misericordia de Dios. El arrepentimiento busca sentir interiormente la culpa por los pecados cometidos, aunque el sentimiento ―que es involuntario― en sí no es necesario para hacer una buena confesión; nada más la voluntad ―que es libre― es requerida. El arrepentimiento conlleva el deseo de reparar el daño hecho por los pecados cometidos.

Confesión

La fase de la confesión consiste en la enumeración verbal de todos los pecados mortales y veniales a un sacerdote con facultad de absolver. Esta enumeración deberá ser clara, concisa, concreta y completa. Los sacerdotes están obligados a guardar en secreto los pecados confesados durante esta fase, lo que se conoce como sigilo sacramental o secreto de arcano. Un sacerdote jamás, bajo ninguna circunstancia, puede romper este secreto. El Código de Derecho Canónico indica que, de ser violado, el sacerdote queda automáticamente excomulgado: “El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo”. (CDC, canon 983,1)

La confesión debe ser completa, es decir, debe especificar todos los pecados en tipo y número, así como las circunstancias que modifiquen la naturaleza del pecado.

Para que el sacramento de la Penitencia sea válido, el penitente debe confesar todos los pecados mortales. Si el penitente calla voluntaria y conscientemente algún pecado mortal, la confesión no es válida y el penitente comete sacrilegio. Una persona que ha ocultado a sabiendas un pecado mortal debe confesar el pecado que ha ocultado, mencionar los sacramentos que ha recibido desde ese momento y confesar todos los pecados mortales que ha cometido desde su última buena confesión. Si el penitente se olvida de confesar un pecado mortal durante la Confesión, el sacramento es válido y sus pecados son perdonados, pero debe contar el pecado mortal en la próxima Confesión si nuevamente le viene a la mente.

Absolución

El sacerdote con facultad de absolver, después de haber indicado la penitencia, y haber dado consejosapropiados si le pareciera oportuno o si el penitente mismo lo pide, da la absolución con esta fórmula: Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (CIC 1449).

El penitente responde «Amén».

Satisfacción

La satisfacción, también llamada penitencia, es una acción indicada por el sacerdote y llevada a cabo por el penitente como reparación por sus pecados.

La confesión sincera requiere humildad. El libro de los Proverbios dice: “El que encubre sus faltas no prospera; el que las confiesa y se aparta, alcanzará misericordia” (Prov 28,13). La penitencia impuesta por el confesor, aunque sea leve, une al penitente a la cruz de Cristo y lo ayuda a reparar el daño causado por el pecado.

En resumen, el Sacramento de la Penitencia es un don precioso que nos permite levantarnos cada vez que caemos. Es signo del amor infinito de Dios, que nunca abandona a sus hijos y siempre los invita a volver a la casa paterna. Por medio de este sacramento, el cristiano experimenta la verdad de las palabras del salmo: “Misericordia quiero, y no sacrificios” (Os 6,6; Mt 9,13).

 

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