domingo, 26 de octubre de 2025

SALMO 29 (30) SEÑOR, DIOS MÍO, A TI GRITÉ, Y TÚ ME SANASTE; TE DARÉ GRACIAS POR SIEMPRE.

El Salmo 29 (30) es uno de los más bellos cantos de acción de gracias del salterio: reconoce la fragilidad humana (“escondiste tu rostro, y quedé desconcertado”) y la misericordia de Dios que transforma el dolor en alegría (“cambiaste mi luto en danzas”). Su tema central nace del corazón de alguien que da gracias a Dios porque ha sido liberado del peligro de muerte o de una situación límite y muestra cómo el sufrimiento y el dolor se transforman en alegría cuando se experimenta la misericordia divina.

Alabanza inicial

“Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, Dios mío, a ti grité, 
y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.”

El salmista comienza con una acción de gracias directa y personal. Habla de una enfermedad o peligro de muerte (“bajaba a la fosa”) que Dios ha revertido. “Ensalzaré” indica elevar a Dios por encima de todo, reconocer su poder salvador. El verbo “me sanaste” puede entenderse tanto en sentido físico como espiritual.

Cada vez que Dios nos saca de una situación oscura —culpa, tristeza, desesperación—, podemos hacer nuestras estas palabras.

Invitación a alabar

“Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.”


El salmista invita a la comunidad a unirse a su gratitud. Se revela aquí el carácter misericordioso de Dios: su enojo es breve, su amor es eterno. “Atardecer y mañana” son una metáfora del paso de la tristeza a la alegría, de la noche del sufrimiento a la luz del nuevo día.

Dios permite el dolor por un tiempo, pero su propósito último es siempre la vida y la restauración.

Confesión de autosuficiencia y caída

“Yo pensaba muy seguro:
‘No vacilaré jamás.’
Tu bondad, Señor, me aseguraba
el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
y quedé desconcertado.”


Aquí el orante recuerda un momento de orgullo o falsa seguridad. Reconoce que su estabilidad venía de Dios, no de sí mismo. Cuando “Dios esconde su rostro” (imagen bíblica de la prueba o la ausencia sentida de Dios), se desmorona.

La autosuficiencia espiritual lleva a la caída. Esta estrofa enseña humildad: la vida depende siempre de la gracia divina.

Súplica en la aflicción

“A ti, Señor, llamé,
supliqué a mi Dios:
‘¿Qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo,
o va a proclamar tu lealtad?
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.’”

Es una plegaria desesperada pero llena de confianza. El salmista razona con Dios: su vida tiene sentido solo si puede seguir alabándolo. “El polvo” representa la muerte, el silencio de quien ya no puede proclamar la gloria divina.

La oración auténtica puede ser también una conversación honesta con Dios, incluso argumentativa; nace del deseo de seguir viviendo para servirle.

Transformación y alabanza final

“Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.”

La experiencia de salvación se convierte en gozo y celebración. “Luto en danzas” y “vestido de fiesta” son imágenes de renovación total. El salmista promete una alabanza continua, sin silencio ni olvido.

Cuando Dios actúa, el dolor se convierte en testimonio. La fe madura transforma la experiencia de sufrimiento en canto y esperanza.

El salmo refleja un camino interior: Dolor y súplica, → Intervención de Dios →Gratitud y alegría.

Podría resumirse así:

El Señor me devolvió la vida, y mi lamento se transformó en canto.”

Por eso la liturgia lo usa en momentos de acción de gracias personal, recuperación, o para cerrar el día (como en las Vísperas): es un himno de confianza en que Dios no deja al justo en la oscuridad.

LECTIO DIVINA

Invocación

Señor, antes de cerrar este día, quiero hacer memoria de tu presencia en mi vida. Ven con tu luz, ilumina mis heridas, reaviva mi gratitud, y enséñame a ver cómo me has sostenido, incluso en mis noches más oscuras.

1. “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”

Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste. Detente un momento y recuerda alguna situación en la que sentiste miedo o dolor. Dios no siempre quita el dolor, pero siempre entra en él contigo.

2. “Su cólera dura un instante, su bondad de por vida”

Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo. La vida es un paso constante entre la noche y el amanecer. Tu bondad, Señor, me sostiene cada día.

3. “Escondiste tu rostro, y quedé desconcertado”

Reconoce sin miedo los momentos en que te sentiste solo o sin fe. En esa noche interior, Dios no te abandona: te enseña a confiar en Él.

4. “Escucha, Señor, y ten piedad de mí”

Habla con Él como con un amigo: exprésale tus miedos, tus dudas, tus deseos más hondos. Él acoge tus preguntas y las convierte en oración.

5. “Cambiaste mi luto en danzas”

Aunque no veas el final de tu lucha, Dios ya está obrando. Imagina que Él te cubre con un manto nuevo, símbolo de su amor y su perdón. Te daré gracias por siempre.

Oración final

Señor, Dios mío, cuando mi alma se cansa, recuérdame que Tú eres mi fuerza. Cuando temo la noche, muéstrame la aurora que preparas. Y cuando todo parezca perdido, hazme creer que mi luto terminará en danzas y mi silencio en canto. Amén.

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