“Dios no abandona nunca al que sufre”
El sacramento de la Unción de los Enfermos es uno de los sacramentos de curación, junto con la Penitencia. Su finalidad es comunicar la gracia, el consuelo y la fortaleza de Cristo a quienes atraviesan el sufrimiento físico o espiritual a causa de la enfermedad o de la vejez.Desde los primeros tiempos, la
Iglesia ha orado por los enfermos siguiendo las palabras del apóstol Santiago: “¿Está
enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren
sobre él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor” (Sant 5,14-15).
Este gesto de unción con óleo
bendecido y oración de fe tiene raíces profundas en la vida de Jesús. Durante
su ministerio, Cristo se acercó a los enfermos, los consoló, los tocó y los
curó. En cada curación, mostraba la cercanía del Reino de Dios y revelaba la
compasión divina. La Iglesia continúa esa misión sanadora por medio de este
sacramento.
En la Iglesia primitiva, el
aceite bendecido se usaba como signo de curación espiritual y corporal. Con el
tiempo, la práctica se fue restringiendo a los moribundos (“extremaunción”),
perdiendo su carácter original.
El Concilio de Trento reafirma su
sacramentalidad y establece que debe administrarse preferentemente a los
gravemente enfermos, no solo a los moribundos.
El Concilio Vaticano II y Pablo
VI (1972) restituyen su sentido original: unción de los enfermos. Es un
sacramento de esperanza y fortaleza, no solo de despedida, que une el
sufrimiento del enfermo a la pasión de Cristo.
Hoy, la Iglesia enseña que debe
administrarse a todo cristiano gravemente enfermo o debilitado, incluso antes
de un peligro de muerte. También puede repetirse cuando la enfermedad se
agrava.
Por la Unción, el enfermo recibe la
gracia del Espíritu Santo: se le da consuelo, paz y ánimo para soportar su
enfermedad, se fortalece su fe y esperanza, se une más íntimamente a Cristo
sufriente y glorioso, participando en su pasión redentora, puede recibir el perdón
de los pecados si no pudo confesarse antes y si Dios lo quiere, obtiene también
la recuperación de la salud corporal.
El rito central consiste en la imposición
de manos del sacerdote, la unción en la frente y en las manos del enfermo, y la
oración litúrgica que invoca la gracia del Señor. Este gesto sencillo expresa
que Dios toca al ser humano con ternura y poder, curando su corazón y
fortaleciendo su espíritu.
La familia y la comunidad parroquial tienen un papel importante: acompañan al enfermo con su oración, su cercanía y su fe. Así, toda la Iglesia se hace presente alrededor del que sufre, mostrando que nadie está solo en su dolor.
La Unción de los Enfermos es
también un sacramento de esperanza: transforma la enfermedad en un momento de
encuentro con Dios. En la debilidad se revela la fuerza del amor divino, y el
enfermo se convierte en testigo vivo del Evangelio.
El Concilio Vaticano II recordó
que, al recibir este sacramento, “la Iglesia encomienda los enfermos al
Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve” (LG 11).
Es un signo de fe que mira más
allá del sufrimiento y abre el corazón a la vida eterna, donde ya no habrá
dolor ni lágrimas.
En definitiva, la Unción de los
Enfermos nos recuerda que Dios no abandona al que sufre.
Este sacramento expresa la
solidaridad de la comunidad: la familia, la Iglesia y Cristo mismo acompañan al
enfermo. En la fragilidad humana se revela la fuerza de la gracia,
transformando el sufrimiento en fuente de vida y esperanza. Cristo sigue
tocando nuestras heridas y acompañando a quienes viven la enfermedad con fe. Es
el sacramento del consuelo, la esperanza y la comunión con el Cristo que vence
la muerte.
“El Señor te conforte con su
gracia, te libre de tus pecados y te levante con su poder.” (Oración de la
Unción de los Enfermos)


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