Una alianza de amor fiel, fecundo y santo
El Matrimonio es uno de los siete
sacramentos instituidos por Cristo. Como todos los sacramentos, es un signo
visible que comunica una gracia invisible de Dios. En el matrimonio, Cristo
mismo se hace presente en la unión del hombre y la mujer, y su amor se
convierte en signo y participación del amor fiel de Dios hacia su pueblo.
El matrimonio tiene su raíz en el
mismo designio creador de Dios. Desde el principio, el ser humano fue creado
para la comunión: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se
unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 2,24).
Jesús mismo reafirma este
proyecto originario cuando enseña: “Lo que Dios unió, que no lo separe el
hombre” (Mt 19,6).
Así, Cristo eleva el matrimonio
natural entre el hombre y la mujer a la dignidad de sacramento, convirtiéndolo
en signo visible del amor de Dios hacia su pueblo y del amor de Cristo hacia su
Iglesia (cf. Ef 5,25-32).
En la Iglesia católica, el matrimonio
es considerado una íntima comunidad de vida y amor creada por Dios y regida por
sus leyes, que se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre
su consentimiento irrevocable. Esta definición se concreta jurídicamente en el Código
de Derecho Canónico: “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer
constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole
natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue
elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. (CDC.
1055)
Esto quiere decir que, cuando los
esposos se casan en Cristo, su unión deja de ser solo humana: se convierte en
una unión santa, sellada por Dios y sostenida por su gracia.
El signo del sacramento no es
algo externo como el anillo o las flores del templo. El signo sacramental es el
consentimiento: el “sí, quiero” que los esposos se dan libremente el uno
al otro ante Dios y la Iglesia.
“El consentimiento matrimonial
es el acto de voluntad por el cual el hombre y la mujer se entregan y se
aceptan mutuamente” (CIC, 1627).
En ese momento, ellos mismos son
los ministros del sacramento: el sacerdote o el diácono solo es el testigo
autorizado de la Iglesia. Por eso, el matrimonio es el único sacramento que los
laicos se administran mutuamente.
La Iglesia reconoce cuatro
propiedades esenciales del matrimonio:
Unidad: un solo hombre y una sola
mujer (cf. Gn 2,24).
Indisolubilidad: vínculo
permanente “hasta que la muerte los separe” (cf. Mc 10,9).
Fidelidad: signo del amor fiel de
Cristo por su Iglesia (cf. Ef 5,25).
Fecundidad: abierta a la vida y a
la educación cristiana de los hijos (cf. CIC, 1652).
Estas dimensiones son
inseparables y reflejan la plenitud del amor humano en el plan de Dios.
“Cristo habita con ellos, les da la fuerza de tomar su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar los unos las cargas de los otros” (CIC, 1642).
La gracia que Dios concede en el
matrimonio es real y transformadora. El Espíritu Santo fortalece el amor humano
de los esposos y lo purifica, para que puedan amarse con el mismo amor con que
Cristo ama a la Iglesia “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a
la Iglesia y se entregó a si mismo por ella” (Ef 5,25).
El matrimonio no elimina las
dificultades humanas, pero Dios actúa dentro de esa realidad, ayudando a los
esposos a crecer en el amor verdadero.
En la cultura contemporánea, el
matrimonio enfrenta desafíos significativos: la fragilidad de los vínculos
afectivos, la crisis de compromiso, la banalización del amor y las ideologías
que desdibujan la complementariedad entre hombre y mujer. Ante esto, el Papa
Francisco ha recordado: “El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una
respuesta a la llamada específica a vivir el amor conyugal como signo
imperfecto del amor entre Cristo y la Iglesia” (Amoris Laetitia, n. 72).
La Iglesia invita hoy a los
esposos a ser testigos vivos del amor fiel y misericordioso de Dios,
construyendo familias sólidas y abiertas a la vida, verdaderas “iglesias
domésticas” (cf. Lumen Gentium, 11).
El Papa Francisco insiste en que
la pastoral matrimonial debe estar marcada por el acompañamiento, la misericordia
y la integración: “Es necesario acompañar a los esposos para que descubran
cada día el don que han recibido y lo custodien con gratitud y paciencia” (Amoris
Laetitia, n. 217).
Las parroquias y comunidades
están llamadas a ser espacios donde los matrimonios encuentren apoyo, formación
y consuelo espiritual, especialmente en momentos de dificultad o crisis.
Podemos decir que: el Sacramento
del Matrimonio no es solo un rito social o una bendición bonita, sino una acción
real de Dios. Cristo se hace presente en la vida de los esposos, une sus
corazones con un vínculo indisoluble, y los llena de su gracia para que su amor
sea reflejo del suyo.
“El matrimonio cristiano es un
signo eficaz de la presencia de Cristo” (Amoris Laetitia, 73).
Referencias:
Biblia: Gn 1–2; Mt 19,3–9; Ef
5,21–33.
Catecismo de la Iglesia Católica:
nn. 1601–1666.
Código de Derecho Canónico:
cánones 1055–1165.
Concilio Vaticano II, Gaudium et
Spes, 48–52.
Papa Francisco, Amoris Laetitia
(2016).

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