El Salmo 32 es uno de los llamados “salmos penitenciales” (junto con los Salmos 6, 38, 51, 102, 130 y 143). Atribuido a David, se caracteriza por una profunda experiencia de culpa, confesión y gracia. Es una joya espiritual que nos enseña que la verdadera felicidad no nace de tenerlo todo, sino de sentirnos perdonados por Dios. David, su autor, habla desde la experiencia de quien ha caído, ha reconocido su falta y ha sido levantado por la misericordia divina.
1.De David. Poema. ¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado!2.Dichoso el hombre a quien Yahveh no le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude.
3.Cuando yo me callaba, se sumían mis huesos en mi rugir de cada día,
4.mientras pesaba, día y noche, tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un campo en los ardores del estío.
5.Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: «Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías.» Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.
6.Por eso te suplica todo el que te ama en la hora de la angustia. Y aunque las muchas aguas se desborden, no le alcanzarán.
7.Tú eres un cobijo para mí, de la angustia me guardas, estás en torno a mí para salvarme.
8.Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los ojos, seré tu consejero.
9.No seas cual caballo o mulo sin sentido, rienda y freno hace falta para domar su brío, si no, no se te acercan.
10.Copiosas son las penas del impío, al que confía en Yahveh el amor le envuelve.
11. ¡Alegraos en Yahveh, oh justos, exultad, gritad de gozo, todos los de recto corazón!
Veámoslo con detalle.
“Dichoso aquel a quien se le perdona su culpa, a quien se le borra su pecado.” (v.1)
El término dichoso expresa una felicidad espiritual, fruto de la reconciliación con Dios. No se trata de una alegría superficial, sino de la paz que brota del perdón divino. El perdón es una acción soberana de Dios que restaura la comunión rota por el pecado.
Desde las primeras líneas, el salmista nos muestra que el perdón es una fuente de alegría y paz interior. No hay alivio más grande que saberse restaurado por el amor de Dios. En tiempos donde buscamos “bienestar emocional”, este salmo nos recuerda que la verdadera paz nace del corazón reconciliado.
David recuerda su experiencia de silencio y sufrimiento interior:
“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día” (v.3).
Es una imagen muy humana: cuando guardamos el pecado, algo dentro de nosotros se marchita. El alma se enferma. Pero cuando nos atrevemos a abrir el corazón, llega la luz:
Pero la clave del salmo se halla en el versículo 5:
“Te confesé mi pecado, no te oculté mi culpa. Dije: ‘Confesaré al Señor mis faltas’, y tú perdonaste mi pecado.” (v.5)
Aquí está el centro del salmo: la confesión trae vida nueva. Dios no se cansa de perdonar; somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón. Cada vez que confesamos sinceramente, Dios borra la culpa y nos devuelve la alegría de los hijos amados.
San Agustín, en sus Confesiones y en su comentario a los Salmos, consideraba el Salmo 32 como una síntesis de la vida cristiana: el camino desde el ocultamiento del pecado hasta la libertad de los hijos de Dios, decía que este salmo le enseñó que no hay paz fuera de la misericordia. San Pablo también lo cita en su carta a los Romanos (4,6–8), recordando que la verdadera justicia viene de la gracia, no de nuestras obras.
Más adelante, el Señor promete:
“Te instruiré, te enseñaré el camino que debes seguir; fijaré en ti mis ojos.” (v.8)
Dios no solo perdona: acompaña y enseña. Nos toma de la mano para que no volvamos a caer en los mismos errores. El perdón no es un simple “borrón y cuenta nueva”, sino un nuevo comienzo, un proceso de crecimiento moral y espiritual. El Señor nos educa con ternura, como un padre que guía a su hijo.
En su segunda parte, el salmo contrasta la docilidad del perdonado con la obstinación del que se resiste:
“No seáis como el caballo o como el mulo, sin entendimiento…” (v.9).
Se subraya aquí que la verdadera libertad no consiste en hacer la propia voluntad, sino en aprender la sabiduría del corazón "¡Enséñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón!"(cf. Sal 90:12).
El salmo termina con un llamado a la alegría:
“Alégrense en el Señor, justos; griten de gozo los rectos de corazón.” (v.11)
El perdón desemboca siempre en fiesta. Cuando el alma se siente libre, canta. El perdón transforma la culpa en gratitud, el remordimiento en esperanza.
En nuestra sociedad, muchas veces vivimos cargando culpas, frustraciones o heridas del pasado. Intentamos taparlas con distracciones o justificaciones, pero el corazón sigue inquieto. El Salmo 32 nos invita a detenernos, mirar hacia dentro y decir con humildad: “Señor, he fallado, pero confío en tu misericordia.”
El sacramento de la Reconciliación sigue siendo hoy el espacio privilegiado donde este salmo cobra vida. Allí, como David, experimentamos la alegría de ser comprendidos, perdonados y renovados por el amor infinito de Dios.
Por eso, podemos repetir con fe:
“El que confía en el Señor, la misericordia lo rodeará.” (v.10)
Que esta palabra nos ayude a redescubrir el gozo de vivir reconciliados. Porque la felicidad más profunda no está en no haber caído, sino en haber sido levantados por el amor de Dios.
Señor, Tú conoces lo que guardamos en el corazón.
A veces callamos por miedo o vergüenza, y nos alejamos de Ti.
Enséñanos a confiar en tu misericordia,
a abrir el alma sin temor,
y a descubrir la alegría del perdón.
Cúbrenos con tu amor,
enséñanos tus caminos
y rodéanos con tu gracia.
Que, como David, podamos cantar:
“Tú perdonaste mi culpa, Señor, y me diste nueva vida.”
Amén.
“El verdadero bienestar no nace de la autosuficiencia, sino del perdón que libera.”

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