La festividad fue instituida por el papa Pío XI en 1925 mediante la encíclica Quas Primas, en un contexto mundial de creciente secularismo, nacionalismos y regímenes totalitarios. El Papa deseaba recordar al mundo que la verdadera autoridad proviene de Cristo, y que su reino es de justicia, amor y paz. Originalmente se celebraba a finales de octubre, pero tras el Concilio Vaticano II (1969), fue trasladada al último domingo del año litúrgico, para subrayar su dimensión escatológica: Cristo como Rey que vendrá en gloria al final de los tiempos.
La liturgia de Cristo Rey está
impregnada de simbolismo y solemnidad. Los colores litúrgicos son el blanco o
dorado, símbolos de realeza y gloria. Se subraya que, aunque Cristo se
manifiesta como Rey, su trono fue una cruz, su corona fue de espinas, y su
poder se manifiesta en la misericordia, en el amor y el sacrificio.
La festividad tiene un fuerte
soporte en la Escritura. Algunos textos clave son: El Hijo del Hombre recibe un
reino eterno por parte del Anciano de Días. “Yo seguía contemplando en las
visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo
de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le
dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no
será destruido jamás.” (Daniel 7,13-14); Salmo 93: ¡El Señor es Rey!; Apocalipsis
1,5-8: Jesucristo es el Príncipe de los reyes de la tierra; Juan 18,33-37: Jesús
ante Pilato declara: “Mi reino no es de este mundo”. Sus palabras ante
Pilato no indican que su reinado sea irreal, sino que pertenece a otra lógica,
la del amor que transforma.
En un mundo que exalta el éxito,
el poder y el consumo, Jesús nos propone un estilo de vida diferente. Nos
recuerda que el verdadero reinado se ejerce sirviendo, defendiendo la dignidad
de todos, especialmente de los más pequeños y vulnerables.
Celebrar a Cristo Rey hoy es más que una conmemoración histórica: es una llamada a reconocer a Jesús como el centro de nuestra vida personal y comunitaria. Su reinado no se impone por la fuerza, sino que se acepta libremente desde la fe. Él reina cuando vivimos según el Evangelio, cuando promovemos la verdad, la justicia y el amor fraterno, reina cuando la justicia y la caridad se hacen visibles. Por eso, es muy importante recordar que el Reino ya está germinando, especialmente cada vez que nos comprometemos en acciones concretas de amor.
Este domingo es una ocasión ideal
para renovar nuestra consagración a Cristo Rey, tanto personal como
comunitariamente. Como fieles, somos llamados a reconocer que Él es el Señor de
nuestra historia, el que da sentido a todo lo que somos y esto no es una idea
abstracta; es un llamado a dejar que su amor guíe nuestras acciones,
pensamientos y palabras.
Te consagramos nuestra vida, familia y comunidad.
Reina en nuestros corazones con tu paz y tu verdad.
Haznos testigos fieles de tu Reino de amor.
Que Cristo Rey reine en tu hogar,
en tu corazón y en nuestra comunidad. ¡Feliz solemnidad!

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