Estamos a las puertas de la celebración de la fiesta de la Caridad. En el mensaje de este año, los obispos nos recuerdan “La Eucaristía nos ofrece el don de poder amasar de forma inseparable la caridad y la vida de los pobres. ¿Cómo vivir la Eucaristía sin estar cerca de aquellos más hambrientos, de aquellos con quienes Cristo se identifica al tener hambre, sed, estar desnudo, enfermo o en la cárcel? (Mt 25, 31-46). En esta unión descubrimos la esencia de la dignidad humana que cobra sentido al enraizarse en el mismo Jesucristo.”
PARROQUIA SAN MIGUEL DE OIA
viernes, 28 de mayo de 2021
DIA DE LA CARIDAD 2021
Estamos a las puertas de la celebración de la fiesta de la Caridad. En el mensaje de este año, los obispos nos recuerdan “La Eucaristía nos ofrece el don de poder amasar de forma inseparable la caridad y la vida de los pobres. ¿Cómo vivir la Eucaristía sin estar cerca de aquellos más hambrientos, de aquellos con quienes Cristo se identifica al tener hambre, sed, estar desnudo, enfermo o en la cárcel? (Mt 25, 31-46). En esta unión descubrimos la esencia de la dignidad humana que cobra sentido al enraizarse en el mismo Jesucristo.”
domingo, 25 de abril de 2021
SANTA CATALINA DE SIENA
domingo, 13 de septiembre de 2020
DOMINGO XXIV DEL ORDINARIO "HASTA SETENTA VECES SIETE"
El evangelio de hoy nos enseña a todos los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo. La parábola del "siervo despiadado" (es un poco contradictorio eso de ser siervo, y despiadado) es una genuina parábola de Jesús, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los cristianos, que el perdón no tiene medida. El perdón cuantitativo es como una miseria; el perdón cualitativo, infinito. Setenta veces siete es un elemento enfático para decir que no hay que contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego, no lo hace.
La
lectura de la parábola nos hará comprender sobradamente toda la significación
de la misma; es tan clara, tan meridiana, que casi parece imposible, no
solamente que alguien deje de entenderla, sino que alguien tenga una conducta
semejante a la del siervo liberado un instante antes de su muerte por las
súplicas ante su señor. Es desproporcionada la deuda del siervo con su señor,
respecto de la de siervo a siervo (diez mil talentos, es una fortuna, en
relación a cien denarios). Sabemos que en esta parábola se quiere hablar de
Dios y de cómo se compadece ante las súplicas de sus hijos. ¿Por qué? porque es
tan misericordioso, perdonando algo equivalente a lo infinito, que parece casi
imposible que un siervo pueda deberle tanto. Efectivamente, todo es
desproporcionado en esta parábola, y por eso podemos hablar de la parábola de
la "desproporción". Por medio está el verbo "tener piedad".
Cuando la parábola llega a su fin, todo queda más claro que el agua.
Es
una parábola de perplejidades y nos muestra que los hombres somos más duros los
unos con los otros que el mismo Dios. Es más normal que los reyes y los amos no
tengan esa piedad que muestra el rey de esta parábola con sus siervos. Es
intencionada la elección de los personajes. En realidad, en la parábola se
quiere poner el ejemplo del rey; ese es el personaje central, y no los siervos.
Y ya, desde los Santos Padres, se ha visto que el rey 'quiere representar a
Dios. El siervo despiadado se arrastra hasta lo inconcebible con tal de salvar
su vida; es lógico. ¿No podría haber sido él un rey perdonando a alguien como
él, a su compañero de fatigas y de deudas?
Los
que están en la misma escala deberían ser más solidarios. Pero no es así en
esta parábola. El núcleo de la misma es la dureza de corazón que revelamos
frecuentemente en nuestras vidas. Y es una desgracia ser duros de corazón.
Somos comprensivos con nosotros mismos, y así queremos y así exigimos que sea
Dios con nosotros, pero no hacemos lo mismo con los otros hermanos. ¿Por qué?
Porque somos tardos a la misericordia. Por eso, el famoso "olvido,
pero no perdono" no es ni divino ni evangélico. Es, por el contrario,
el empobrecimiento más grande del corazón y del alma humana, porque en ese
caso, más sentido podía tener "perdono, pero no olvido", aunque
tampoco sería, desde el punto de vista psicológico, una buena terapia para el
ser humano. Lo mejor, no obstante, sería perdonar y olvidar, por este orden.
Fray Miguel de Burgos Núñez
FELIZ DOMINGO
domingo, 6 de septiembre de 2020
DOMINGO XXIII DEL ORDINARIO " DONDE DOS O TRES SE REÚNEN EN MI NOMBRE..."
En el Evangelio de hoy, encontramos las normas de comportamiento básicas de una comunidad cristiana: perdón, comprensión, solidaridad. Hoy aparece lo que se ha llamado la corrección fraterna, el tema del perdón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la oración común.
La
corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores, y tenemos
un cierto derecho a nuestra intimidad. Pero se trata de pecados graves que afectan
a la comunión, y para ello se debe seguir una praxis de admonición, con necesidad
de testigos, para que nadie sea expulsado de la comunidad sin una verdadera
pedagogía de caridad y de comprensión. El poder de «atar y desatar» que se
confería a Pedro, completa lo que allí se dijo: es en la comunidad donde tiene
todo sentido el perdón de los pecados. Eso exige dar oportunidades, para que no
sea el puritanismo lo específico de una comunidad, como muchas lo han
pretendido a lo largo de la historia de la Iglesia. ¡No! No es el puritanismo
lo esencial, aunque nuestro texto se resiente de ello, sino ofrecer a los que
se han equivocado e incluso ofendido a la comunidad, la oportunidad nueva de
integrarse solidaria y fraternalmente en ella. Si leemos el texto en clave
disciplinar y jurídica, entonces habremos rebajado mucho el valor evangélico de
la comunidad.
De
la misma manera, la oración común enriquece sobremanera nuestra oración
personal. Eso no excluye la necesidad de que tengamos experiencias de perdón y
de oración personales, pero hay más sentido cuando todo ello se integra en la
comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana. Sin
duda que estos aspectos tienen otros matices e interpretaciones, pero la dimensión
comunitaria es la más rica en consecuencias.
Fray
Miguel de Burgos Núñez
domingo, 30 de agosto de 2020
DOMINGO XXII DEL ORDINARIO "TOME SU CRUZ Y ME SIGA"
El evangelio de este domingo es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la previsión de lo que allí ha de suceder.
Pedro,
como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no
debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías;
eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de Jesús uno de los
reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene
la misma mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa
como Dios. Y entonces Jesús mirando a los que le siguen les habla de la cruz,
de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que
debemos saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta
las última consecuencias. No es una llamada al sufrimiento ciego, sino al
seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los
criterios de este mundo.
Pedro
quiere corregir al profeta con un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional,
religiosamente cómodo. Y Jesús le exige que se comporte como verdadero
discípulo. “Ponte detrás de mí, Satanás! porque tú piensas como los hombres, no
como Dios». En la mentalidad de la época Satanás representa lo contrario del
proyecto de Dios, el Reino, predicado por Jesús, que es, a su vez, causa de su
vida y de su entrega.
Jesús,
en nombre de Dios, quiere llevar la iniciativa de su vida, de su entrega y
caminar hasta Jerusalén. Y eso es lo que pide también a sus discípulos:
seguirle y que tomen la iniciativa de su propia vida. No es la cruz de Jesús la
que hay que llevar, sino nuestra propia cruz. Jesús está decidido a llevar la
“cruz” del Reino de Dios como causa liberadora para el mundo. Pedro, y todos
nosotros, estamos invitados a asumir “nuestra cruz” en este proceso de
identificación con la vida y la causa de Jesús.
La
identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La
cruz es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una
perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es
el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su
Reino y los es para el cristiano en su opción evangélica y sus consecuencias de
vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha de aseverar
con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a
"sacrificarse" tal como se entiende ordinariamente, sino a ser
felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que
aceptarla. El ideal supremo es amar la vida como don de Dios y llevarla a
plenitud. Pero por medio “está siempre Satanás” (expresión mítica, sin duda)
que nos aleja del don de la vida verdadera.
Fray
Miguel de Burgos Núñez
FELIZ DOMINGO
domingo, 23 de agosto de 2020
DOMINGO XXI DEL ORDINARIO "¿Y VOSOTROS QUIEN DECÍS QUE SOY?"
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/23-8-2020/pautas/