1.Canción de las subidas.
Acuérdate, Yahveh, en favor de David, de todos sus desvelos,
2.del juramento que hizo a
Yahveh, de su voto al Fuerte de Jacob:
3.«No he de entrar bajo el
techo de mi casa, no he de subir al lecho en que reposo,
4.sueño a mis ojos no he
de conceder ni quietud a mis párpados,
5.mientras no encuentre un
lugar para Yahveh, una Morada para el Fuerte de Jacob.»
6.Mirad: hemos oído de
Ella que está en Efratá, ¡la hemos encontrado en los Campos del Bosque!
7.¡Vayamos a la Morada de
él, ante el estrado de sus pies postrémonos!
8.¡Levántate, Yahveh,
hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza!
9.Tus sacerdotes se vistan
de justicia, griten de alegría tus amigos.
10.En gracia a David, tu
servidor, no rechaces el rostro de tu ungido.
11.Juró Yahveh a David,
verdad que no retractará: «El fruto de tu seno asentaré en tu trono.
12.«Si tus hijos guardan
mi alianza, el dictamen que yo les enseño, también sus hijos para siempre se
sentarán sobre tu trono.»
13.Porque Yahveh ha
escogido a Sión, la ha querido como sede para sí:
14.«Aquí está mi reposo
para siempre, en él me sentaré, pues lo he querido.
15.«Sus provisiones
bendeciré sin tasa, a sus pobres hartaré de pan,
16.de salvación vestiré a
sus sacerdotes, y sus amigos gritarán de júbilo.
17.«Allí suscitaré a David
un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido;
18.de vergüenza cubriré a
sus enemigos, y sobre él brillará su diadema».
El salmo comienza recordando la intensa dedicación de David: “No he de entrar bajo el techo de mi casa… mientras no encuentre un lugar para Yahveh” (Sal 132,3–5).
David, rey y pastor, busca un
lugar digno para el Arca, signo de la presencia divina. San Agustín
explica que este ardor no es simple preocupación arquitectónica, sino símbolo
de un corazón que desea que Dios tome posesión de su vida (Enarrationes in
Psalmos, 131). Esta actitud nos interpela hoy: ¿buscamos a Dios con la
misma pasión? ¿Le damos un espacio real en nuestro día a día, en nuestras
familias, en nuestra parroquia?
El pueblo recuerda luego el gozo de encontrar la morada del Señor: “¡La hemos encontrado… vayamos a la Morada de él!” (Sal 132,6–7). La fe se convierte en peregrinación llena de alegría. Esta experiencia evoca otro salmo: “Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor” (Sal 122,1).
A veces olvidamos que ir a la
iglesia no es una obligación pesada, sino un encuentro festivo con el
Dios vivo. Una comunidad cristiana auténtica se reconoce por la alegría con que
celebra, acoge y ora.
En el centro del salmo encontramos la respuesta de Dios, que es fiel a su palabra: “Sión ha escogido… Aquí está mi reposo para siempre” (Sal 132,13–14).
Dios no quiere ser un visitante
ocasional, sino un habitante permanente. En el Nuevo Testamento, esta
promesa se cumple en Jesús: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”
(Jn 1,14). Y, tras la resurrección, Cristo nos asegura: “Yo estoy con
ustedes todos los días” (Mt 28,20).
La Iglesia es la continuación de
esta presencia: “La Iglesia es la morada de Dios con los hombres”
(Catecismo 756). Nuestras parroquias, entonces, no son solo estructuras
físicas, sino signos vivos del deseo de Dios de acompañarnos y caminar con
nosotros.
El salmo recuerda también la promesa
mesiánica hecha a David: “El fruto de tu seno asentaré en tu trono”
(Sal 132,11). Esta promesa anuncia al Mesías, el Hijo de David, cuya llegada
ilumina toda la historia bíblica. San León Magno afirma que en Cristo se
cumplen todas las expectativas del Antiguo Testamento, porque Él es la “luz que
no se apaga” y el Rey cuyo reinado no tiene fin (Sermón 31).
Finalmente, Dios promete
bendiciones concretas para su pueblo: pan para los pobres, sacerdotes
revestidos de salvación, y alegría para los fieles (cf. Sal 132,15–16).
Este tríptico revela la misión de
la Iglesia: caridad, santidad y gozo. Cristo nos recuerda: “Dadles
vosotros de comer” (Mc 6,37), invitándonos a cuidar de los más necesitados.
Y también: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14), animándonos a
irradiar esperanza en cada rincón de nuestra vida.
El Salmo 132 nos invita a renovar
nuestra fe en un Dios que cumple lo que promete, que permanece fiel incluso
cuando nosotros no lo somos, y que quiere hacer de cada comunidad un hogar
donde Él pueda “descansar” y reinar. Que nuestras parroquias sean lugares donde
todos puedan encontrar consuelo, alimento, oración y alegría. Que seamos, como
David, corazones ardientes que buscan y preparan un lugar para Dios.













